La cuestión del impacto de los
determinantes sociales en la salud de las poblaciones se viene
debatiendo desde hace tiempo, lo que resulta extraño es que siendo tan
contundente el balance, se sigan invirtiendo tantos recursos en alta
tecnología sanitaria con mínimas mejoras saludables. Creo que este
desbalance debe ser ampliamente debatido entre los profesionales
sanitarios.
Aunque el asunto me viene interesando a
lo largo de los últimos años, quizá mi reciente incorporación a un nuevo
cupo de pacientes en un barrio urbano me ha enfrentado de lleno con la
auténtica realidad del problema: pacientes no tan mayores con graves y
múltiples enfermedades derivadas de un mal control crónico de su vida,
personas sin recursos, ni económicos ni psíquicos, sin capacidad para
administrarse unos mínimos cuidados de salud. Diabéticos con
complicaciones, bronquitis crónicas en pacientes que continúan fumando,
hipertensos con cardiopatías evolucionadas, etc. Personas sin apoyo
familiar ni social que ni siquiera lo demandan porque desconocen lo que
es eso.
También abundan las personas mayores
solitarias, porque su red social ha desaparecido con el tiempo, que se
sujetan con un delicado hilo a una estructura social que les resulta
complicada y hostil, y a la que apenas rozan cuando no les queda más
remedio. Por ejemplo, la estructura sanitaria, en la que se pierden
entre pruebas complementarias y citas médicas. Pacientes que solo
necesitan apoyos básicos en su domicilio para que puedan continuar
siendo independientes el mayor tiempo posible, sin que les importe
demasiado el diagnóstico preciso de algún mal que solo una larga vida ha
sido capaz de producir, porque por muy malo que sea ya no tiene tiempo a
desarrollarse en lo que les queda por vivir. Si se gastasen menos
sofisticados recursos sanitarios en estos pacientes y se empleasen en
mejorar las condiciones de su vivienda –a estas edades vivir en un
primero sin ascensor (y no digamos más arriba) puede implicar no poder
volver a ver el sol si se padece una dificultad respiratoria en reposo
(y luego les prescribimos vitamina D para mejorar su salud ósea, cuando
están condenados a no volver a utilizar el esqueleto)–, ayudarlos con el
aseo diario, con las pastillas, con conversación, las actividades
básicas de la vida diaria, se ahorraría dinero y tendríamos ancianos más
saludables –con o sin enfermedades.
Si se emplearan más recursos en atender a
las personas cuando empiezan a desarrollar una diabetes para evitar las
complicaciones que acabarán con su vida tras un largo y costoso
recorrido sanitario; si consiguiéramos que la gente dejara de fumar
mucho antes de tener que indicarles oxigenoterapia continua
domiciliaria; si educáramos a la población para prevenir la obesidad en
vez de dispensarles aparatos que les mantengan abiertas las vías
respiratorias por la noche (CPAP); si fuéramos capaces de que
controlaran las cifras de su tensión arterial antes de que se les
afectara el corazón; si…, entonces ahorraríamos dinero y tendríamos una
población más saludable.
Gracias por seguirme, espero que te resulten interesantes mis contenidos.
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