miércoles, 14 de diciembre de 2016

Nogracias. El enemigo no es la “homeopatía” sino la medicalización de la vida (Por Abel Novoa)

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Acaba de ser publicada una nueva revisión, realizada por la agencia de evaluación de tecnologías sanitarias australiana, que concluye que la homeopatía no ofrece resultados beneficiosos para la salud. Bienvenidos sean estos trabajos.
Sin embargo, lo diré desde el principio: denunciar la homeopatía (o la acupuntura; o las “vitaminas”; o las pulseras magnéticas..) debe ser parte, en mi opinión, en primer lugar, de un movimiento cívico más general contra la medicalización de la vida, es decir,
(1) contra la generación de miedo para alimentar el negocio de la salud;
(2) contra la expropiación de la capacidad de autocuidados o heterocuidados informales de las gentes mediante prácticas que derivan de la tradición o de explicaciones no científicas de la existencia; y
(3) contra la posibilidad de que perviva la libertad para elegir modos de vida o intervenciones entendidas y sentidas por las personas como sanadoras, sin que estén distorsionadas por el afán de lucro o el negocio, ni juzgadas, necesariamente, mediante las reglas de evaluación científicas.
Plantear que denunciar la homeopatía -o cualquiera otra de las conocidas como “terapias alternativas”- es parte de una batalla de la “ciencia verdadera y objetiva” contra la irracionalidades “errar el tiro”. No es esta la batalla principal de la ciencia; la principal es mejorar la ciencia. Por varias razones:
(1) la medicina convencional está llena de prácticas no basadas en la evidencia científica;
(2) gran parte de la efectividad de la medicina convencional tiene que ver con aspectos no científicos de las relaciones sanadoras;
(3) la ciencia biomédica basada en conocimiento obtenido mediante la mejor metodología científica está llena de conclusiones irrelevantes para los pacientes y, por tanto, su introducción en la práctica médica es irracional y, con mucha frecuencia, incluso dañina;
(4) los argumentos utilizados por los defensores de la medicina científica contra las terapias alternativas son “positivistas ingenuos” y no aguantan una mínima crítica epistemológica de fondo. La ciencia convencional no suele aceptar bien las anomalías.
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(5) la realidad es compleja: existen, por un lado, prácticas etiquetadas como “alternativas” que han pasado a ser consideradas convencionales cuando la ciencia ha avanzado y ha sido capaz de comprender los mecanismos biológicos implicados o evaluar adecuadamente sus resultados (por ejemplo, la fibra para prevenir enfermedades digestivas, la lactancia materna o los partos en el domicilio); y por otro lado, hay ensayos clínicos que han demostrado la efectividad de determinadas prácticas alternativas (desde la moxibustión para disminuir la presentación de nalgas de los bebes, hasta la oración para mejorar los resultados de los pacientes ingresados en una Unidad Coronaria) que han sido rechazadas por la medicina convencional por su “falta de plausibilidad biológica” (un argumento poco científico; de hecho, muchos medicamentos oncológicos han sido aceptados en la práctica médica con menos evidencias que las de estas dos terapias alternativas).
Dicho de otra manera, y simplificando:
La lucha de la medicina convencional contra las terapias alternativas -intentando que estas prácticas queden fuera de juego y que sea la medicina convencional la que determine, científicamente y en exclusiva, qué es o no es salud y, por tanto, cuáles son los instrumentos legítimos para intentar alcanzarla-, es una estrategia autoritaria y medicalizadora.
El problema de fondo es que las terapias alternativas están recurriendo a las mismas estrategias medicalizadoras -invasoras, totalizantes, coercitivas, persecutorias, sustentadas en la generación de miedo y creencias irracionales como la posibilidad de prolongar la vida o la juventud indefinidamente, impedir cualquier dolor o sufrimiento o reducir el riesgo a enfermar a cero- que la medicina comercial.
En suma, las terapias alternativas están copiando el exitoso modelo de negocio de la medicina convencional y, en mi humilde opinión, la batalla ciudadana debería estar en 
(1) evitar la expropiación del concepto de salud que se lleva a cabo tanto desde posiciones “científicas” como “alternativas” y, por supuesto, en 
(2) desvelar y denunciar el fraude
Creo que es posible la coexistencia de la medicina convencional biomédica con prácticas terapéuticas o sanadoras alternativas basadas en experiencias personales, relaciones terapéuticas no profesionalizadas, la tradición o creencias espirituales.
La condición común para aceptar este pluralismo terapéutico no es que todas las “terapias” estén basadas en evidencias científicas sino que
(1) ninguna de ellas sea medicalizadora sino potenciadora de las capacidades de las personas para vivir vidas autónomas, dichosas y no limitadas por el miedo;
(2) ninguna de ellas “venda más de lo que puede vender”, es decir, engañe (y ambas “terapias” lo hacen);
(3) es necesario separar claramente en todos los ámbitos medicina y terapias alternativas. Son dos paradigmas inconmensurables. Esta separación no es nítida desde el punto de vista epistémico pero entiendo que el avance del conocimiento necesita “creer” en un paradigma y profundizar en él, de acuerdo con determinados esquemas “convencionales”.
(4) rechazar la homeopatía como práctica médica no significa cerrarse a que alguno de sus preparados o su propia especulación teórica pueda ser admitida en un futuro porque cuente con pruebas que la ciencia considere aceptables (y esta aceptación no deja de ser un consenso y, por tanto, sometido a cambios también). La última premio Nobel de medicina demostró que la artemisia valía para la malaria: una hierba, no aceptada por la medicina occidental como terapéutica durante muchos años, se ha impuesto finalmente pero solo utilizando los métodos científicos convencionales, por más que había pruebas empíricas desde hacía siglos. Seguro que esta hierba, estudiada por médicos occidentales, hubiera sido aceptada antes y que factores culturales y políticos han tenido que ver en su tardía incorporación a la medicina. Hay que seguir investigando (hay fundamentalistas que creen que ni eso debe hacerse con la homeopatía porque no cumple los criterios de plausibilidad), pero mientras eso se hace, la homeopatía solo debería poder usarse en la práctica médica en un contexto de investigación (aquí lo explicamos mejor)
Es decir, en mi opinión, es posible estar contra los argumentos pseudocientíficos que defienden la homeopatía (esos que “venden más de lo que pueden vender”) y que pretenden colocarla a la altura de un medicamento alopático serio como, por ejemplo, la penicilina  y, al mismo tiempo, aceptar su papel “terapéutico” para ciertas condiciones y en determinadas circunstancias (por ejemplo, recomendado por sanadores no médicos).
Los médicos deben asesorar a los ciudadanos sobre en qué contextos puede activarse una estrategia convencional u otra, si este es su deseo, alternativa.  
Dejar solos a los pacientes -como hacemos muchos cuando nos preguntan sobre hierbas, homeopatías y otros productos-, ante la impresionante avalancha de mentiras, fraudes y estafadores que hay detrás de muchas de estas terapias alternativas, es incumplir nuestro compromiso moral de cuidado.
Pero también es medicina basada en la superstición seguir utilizando los fármacos “basados en las mejores evidencias”, como si fueran productos milagro y además creyendo que su utilización no obedece más que a las necesidades de los pacientes y no a las prácticas de marketing de la industria farmacéutica o a la simplificación en la toma de decisiones que introduce la racionalidad tecnico-científica.
Tengo claro que las (inevitables) debilidades y contradicciones del conocimiento científico biomédico no permiten esgrimirlo como si fuera una espada justiciera que ilumina un mundo lleno de mitos y leyendas irracionales.
Si aceptáramos este maniqueísmo terapéutico estaríamos sustituyendo un mito por otro.

callahan
Pretender que todo el mundo comparta las mismas creencias acerca de lo que produce o no salud es simplificador y autoritario. La salud es un concepto subjetivo que no es objetivable científicamente.
Por eso es muy recomendable el monográfico que editó Daniel Callahan, cómo no, un crítico pertinaz, desde su formación científica y filosófica, de la innovación biomedica y las falsas creencias e irracionalidad en la que está sustentada. El título ya lo deja claro: The Role of Complementary and Alternative Medicine: Accommodating Pluralism.
Su convicción es que es la reflexión sobre las medicinas alternativas, y no su impugnación despreciativa, la que puede iluminar una más amplia sobre la innovación en biomedicina y el estatuto del conocimiento científico.
Ojalá fuera más sencillo pero la complejidad es, también en este tema, ineludible. Ni blanco, ni negro.. grises.
Acomodemos el pluralismo mediante el debate y no lo hurtemos ni simplifiquemos con eslóganes
Abel Novoa
PD1: las opiniones vertidas en esta entrada no son de NoGracias sino estrictamente del firmante
PD2: nuestra posición queda completada en los comentarios y en esta otra entrada http://www.nogracias.eu/2016/03/12/no-hay-mala-homeopatia/
PD3: nueva edición del texto con algunas modificaciones como, sustitución del término “medicina alternativa” por “terapia alternativa”; eliminación de un comentario positivo hacia la medicina integrativa (explicamos mejor porqué en el enlace de la PD2); especificación de por qué los médicos o sus instituciones no pueden recomendar estas terapias. 

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