lunes, 5 de septiembre de 2016

(Med Clin) El sesgo del experto

Experto, según dice el diccionario de la RAE, es aquella persona especializada o con grandes conocimientos en una materia. Especialista es aquel que cultiva o practica una rama determinada de un arte o de una ciencia. En un mundo como el actual, de crecimiento exponencial de la información y del conocimiento, uno solo puede acabar dominando un pequeño ámbito donde, con formación, experiencia y tiempo, puede acabar siendo un experto. En la medicina, los siglos xix y xx fueron los de una progresiva especialización a partir de los 2 grandes troncos: la medicina (interna) y la cirugía (general)1. Es a partir de la segunda mitad de siglo hasta el presente que se produce la especialización dentro de la especialidad, lo que la ley de ordenación de las profesiones sanitarias denomina áreas de capacitación específica2.
El conocimiento más profundo, en un campo cada vez más pequeño, puede comportar un error de perspectiva, ya que al centrar la atención en un área diminuta se puede acabar olvidando la visión de aquello que se contempla, el ser humano. Pongamos algunos ejemplos: los arritmólogos dentro de la cardiología, los que centran su atención y pesquisas en las demencias dentro de la neurología, o hablando de la cirugía, aquellos que solo realizan intervenciones endocrinológicas o los traumatólogos exclusivos de rodilla. En cualquiera de los múltiples ámbitos de la medicina ha surgido, fruto del progreso científico y del desarrollo tecnológico, una mayor (sub)especialización, a la vez que se produce un más temprano y rápido alejamiento del tronco común.
El especialista desarrolla una habilidad extrema, una forma de automatismo que le permite actuar con una mayor eficiencia en comparación con el neófito o principiante. Mediante un aprendizaje intenso acaba incorporando un tipo de conocimiento tácito, a menudo intuitivo, que, aun a riesgo de errar3, suele ser acertado la mayor parte de las veces. La práctica repetida, no exclusiva de la cirugía, donde la pericia manual es muy importante, permite alcanzar una mayor perfección obteniéndose, en general, mejores resultados respecto a aquellos que atienden menos pacientes y/o de menor complejidad4. Por eso la progresiva concentración de procedimientos complejos.
Podría ser, pues, que alcanzar este nivel de experto tan solo aporte ventajas, pero no es así. A nivel neurocognitivo se ha observado que el mayor desarrollo del hipocampo posterior en los taxistas londinenses que han de acreditar una muy buena memoria de la estructura viaria de la gran metrópoli se acompaña de una reducción en la sustancia gris del hipocampo anterior5. Claro que esto era antes de la amplia difusión del GPS. El radiólogo, muy entrenado en diferenciar del blanco al negro entre un espectro de grises, muestra una mayor actividad en la región fusiforme derecha de reconocimiento facial y una menor en el córtex occipital lateral6. Es más, como en el caso del gorila que cruza entre 2 equipos que se pasan una pelota y donde uno debe contar los pases que uno de los equipos hace, el hecho de que los radiólogos expertos acaben focalizando muy selectivamente su atención hace que pasen por alto figuras expresamente interpuestas7.
El experto, al centrar su atención en un (muy) determinado tipo de pacientes o en procedimientos (muy) concretos puede acabar percibiendo una realidad extremadamente deformada. Su pequeño cosmos acaba siendo su único afán y mundo. Esto lleva a que acabe considerando la enfermedad que atiende, según su punto de vista, muy prevalente, y que piense que su área de interés está mal dotada tanto en el orden asistencial como de la investigación. Hay que valorar esta posición por lo que tiene de interés honesto en los pacientes (y familiares) que el (sub)especialista encuentra constantemente, aunque no deja de ser una visión distorsionada por enfoque excesivo. Surgen entonces comparaciones con otros (sub)especialistas o expertos de otros campos médicos y suele ser frecuente la mención, según la perspectiva, de los costosos tratamientos oncológicos, de lo que cuesta uno de los más sofisticados desfibriladores automáticos implantables, hasta llegar al trasplante múltiple de órganos. Es difícil poner raciocinio, aunque sea un poco, ante estas cuestiones con una carga emocional tan fuerte, que afectan, tarde o temprano, a todo el mundo. Cualquier priorización que se pretenda, inevitablemente, perjudicará a alguien y, a pesar de esto, debe realizarse sobre una base científica firme, de forma participativa, sin excluir alegaciones, si bien debe aplicarse de forma generalizada y sin exclusiones8.
Muchos expertos pasan a convertirse en líderes de opinión y es entonces cuando, frecuentemente, acaban acumulando conflictos de interés por todos lados. Una broma amarga dice que cuesta encontrar un experto que no tenga conflictos de interés, como si lo que debiera ser una excepción se haya convertido en regla. Ya no resulta suficiente hacer una declaración sincera de los mismos para posibilitar así que el lector u observador ajuste su juicio crítico. Se hacen necesarias, cada vez más, legislaciones (sunshine legislation) que obliguen a exponer todos los pagos y prebendas otorgadas a los profesionales e investigadores por parte de la industria farmacéutica y de productos sanitarios 9. Es, sin duda, la mejor alternativa tanto para los profesionales como para la misma industria, a pesar de que el manejo de intereses contrapuestos sea también un tema personal y de la deontología profesional.
Otro problema surge cuando el experto participa en los procesos de revisión por semejantes u homónimos y mediante los cuales se distribuyen los recursos para la investigación o se seleccionan para su publicación científica los resultados de la misma10. Solo el experto puede juzgar a otro experto. Este sistema de revisión por pares, con todas sus debilidades y fortalezas11, escapa al cometido de este texto, como también hay que eludir la vertiente docente del experto que, a menudo, solo sabe explicar aquello que conoce (demasiado) bien, ignorando todo lo demás.
David Sackett (1934-2015) tenía toda la razón del mundo cuando, examinándose a sí mismo, criticaba que el experto, convertido en líder de opinión, llegase a ser tan respetado y temido que nadie se atreviese a desafiar su criterio. El otro gran defecto que veía estaba en el papel que el experto desempeñaba, como defensor del statu quo y del paradigma imperante, en la evaluación de las solicitudes de financiación para la investigación o en la revisión de artículos científicos para su publicación 12.
El experto, como comentábamos, no está exento de errores, en parte por la excesiva confianza en sí mismo y, por otro lado, por los déficits, sean neurocognitivos o en otros –no menos importantes– campos del conocimiento. Al ver las cosas de forma diferente, al haber aprendido a filtrar el ruido que enmascara la señal, al focalizar todos sus sentidos en un ámbito concreto de actuación, siendo necesariamente selectivo, el experto gana en efectividad y eficiencia. Sin embargo, en el ámbito de la salud y la enfermedad se ha de mantener siempre una mirada más amplia. Así se evitaría también que el paciente complejo realice un peregrinaje por múltiples consultas. De ahí el auge de las denominadas unidades funcionales, donde expertos de distintas disciplinas debaten los casos complejos y, de acuerdo con las preferencias y valores de los pacientes, que siempre hay que tener bien presentes, consensúan las opciones de tratamiento óptimas para cada caso concreto.
Parece claro pues que en medicina la ineludible especialización y subespecialización se lleva a cabo a costa de la pérdida de una visión más amplia y también muy necesaria. Constituye un dilema que hay que asumir y tratar de superar, tanto en el orden personal como en el formativo. Existen otras visiones que no pueden dejarse al margen. Contrariamente al conocimiento tácito y al automatismo que la experiencia otorga, se requiere flexibilidad y creatividad para sumar perspectivas que muestren una visión más completa. Sackett abogaba por el retiro obligatorio de los expertos. Siendo más prudentes, no parece conveniente perpetuarse en un campo demasiado exclusivo y conviene reciclar periódicamente el tronco de conocimientos compartido con otras disciplinas. Habría que procurar, a la vez, rotar periódicamente hacia otras áreas igual de interesantes.

Agradecimientos

A Jordi Camí, Gaietà Permanyer-Miralda y Joan Rodés por sus comentarios a una versión previa. La responsabilidad última de este texto corresponde a su autor y en ningún caso puede interpretarse como un posicionamiento de la organización para la que trabaja.
http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0025775316300045

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