Descrito por primera vez por Gulleminault en 1976, se trata de un trastorno médico altamente prevalente que se asocia a enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares, hipertensión arterial, resistencia a insulina y accidentes de tráfico, con deterioro de calidad de vida y aumento de mortalidad. El uso de dispositivos que aseguran una presión positiva continua de la vía aérea suele ser la mejor opción.
El
Documento Nacional de Consenso sobre el síndrome de apnea-hipopnea del
sueño (SAHS), define el trastorno como un cuadro de excesiva somnolencia
diurna (ESD), trastornos cognitivo-conductuales, respiratorios,
cardíacos, metabólicos o inflamatorios secundarios a episodios repetidos
de obstrucción de la vía aérea superior, que se miden con el índice de
apnea-hipopnea (IAH) por hora de sueño. Existen, además, enfermedades
que pueden asociarse al SAHS, como el hipotiroidismo, la acromegalia, la
distrofia miotónica y el síndrome de Ehlers-Danlos, entre otras.
Los
síntomas clásicos que pueden ayudar a una correcta detección son
ronquido, apneas presenciadas y ESD, aunque también se pueden encontrar
presentes otros síntomas, como sensación de sueño no reparador,
nicturia, insomnio, cefalea matutina, despertares asfícticos,
irritabilidad y disminución de la libido. El caso típico de SAHS suele
ser un paciente varón o una mujer peri-/postmenopáusica, con obesidad y
cuello corto. En el caso de pacientes jóvenes no obesos con SAHS debe
sospecharse de la existencia de enfermedad otorrinolaringológica.
La
primera actuación en el tratamiento del SAHS se centra en la
modificación de los hábitos de vida, tratando de conseguir una buena
higiene del sueño y que éste sea suficiente y regular. También puede
ayudar recomendar al paciente que se acueste siempre a la misma hora, en
la medida de lo posible; evitar comidas copiosas en la cena, y realizar
las comidas al menos 2 h. antes de acostarse; intentar no ver la
televisión, leer o consultar el teléfono desde la cama antes de dormir;
evitar la ingesta de alcohol o el consumo de tabaco en las horas
cercanas al descanso nocturno; así como elevar el cabecero de la cama
unos 30°. También es importante evitar dormir en posición de decúbito
supino, para lo que existen diversas técnicas disuasorias como adherir
una pelota de tenis, u otros objetos romos, en la espalda del paciente,
aunque su eficacia a la larga es limitada por su difícil cumplimiento o
por tolerabilidad del paciente a la medida. En pacientes con sobrepeso
(con índice de masa corporal superior a 25), u obesidad (índice de masa
corporal superior a 30) una reducción de peso (del 10%) puede suponer la
cura del SAHS. En caso de considerarse necesario recurrir a medicación
para la inducción del sueño, son preferibles los fármacos hipnóticos no
benzodiacepínicos.
Cuando
las medidas relacionadas con el estilo de vida no mejoran la situación,
el uso de dispositivos que aseguran una presión positiva continua de la
vía aérea (CPAP) es el tratamiento de elección. Su mecanismo de acción
es similar a una válvula neumática que aumenta la presión intraluminal
de la vía aérea superior, impidiendo el colapso tanto estático como
dinámico. Esta terapia consigue mejorar la somnolencia diurna en los
pacientes con un SAHS moderado-grave, así como reducir la fragmentación
del sueño, disminuir las desaturaciones nocturnas, mejorar la calidad de
vida y disminuir los accidentes de tráfico de los sujetos con SAHS.
Además también permite la corrección de los fenómenos obstructivos y el
ronquido, corrección de los despertares secundarios a episodios
respiratorios, mejoría de la arquitectura del sueño y de las variables
cognitivas, mejora de las cifras de presión arterial y disminución de
los episodios cardiovasculares fatales y no fatales con respecto a los
pacientes sin tratamiento. La adherencia al tratamiento (50-80%, aunque
puede tratarse de una sobreestimación) es uno de los principales
inconvenientes, por lo que es importante seguir estrechamente al
paciente en las primeras etapas del tratamiento, ya que la mayoría de
efectos secundarios (congestión y/o obstrucción nasal, sequedad
faríngea, irritación cutánea, ruido, conjuntivitis o epistaxis,
aerofagia, insomnio, dificultad para exhalar o sensación de ahogo)
suelen aparecer sobre todo en la primera semana de uso, siendo la mayor
parte de ellos transitorios y de índole menor, con buena respuesta a
medidas locales.
Algunas técnicas quirúrgicas pueden tener utilidad en el tratamiento del SAHS. La cirugía sobre la vía aérea superior suele ser curativa en la mayor parte de los casos de SAHS infantil, mientras que en los adultos los resultados son heterogéneos.
Otras opciones, aunque menos efectivas, son el uso de dispositivos de avance mandibular que permiten el aumento del espacio retrofaríngeo y están especialmente dirigidas a la corrección del ronquido en pacientes con un SAHS leve o moderado que presentan un índice de masa corporal bajo con escasa sintomatología. También resultar una buena alternativa en aquellos que presentan aumento de resistencia de la vía aérea superior o, como segunda elección, en los que no toleran la CPAP y que no son candidatos a cirugía correctora. Entre los efectos secundarios derivados de su uso se encuentran la hipersialorrea, el aumento de la sensibilidad dental y la modificación de la oclusión dentaria. Actualmente, el uso de fármacos específicos para el tratamiento del SAHS no está claro. El empleo de glucocorticoides tópicos intranasales puede resultar útil en los pacientes con un SAHS asociado a rinitis, y también puede ayudar al cumplimiento y a mejorar la tolerancia a la CPAP nasal.
El
Documento Nacional de Consenso sobre el síndrome de apnea-hipopnea del
sueño (SAHS), define el trastorno como un cuadro de excesiva somnolencia
diurna (ESD), trastornos cognitivo-conductuales, respiratorios,
cardíacos, metabólicos o inflamatorios secundarios a episodios repetidos
de obstrucción de la vía aérea superior, que se miden con el índice de
apnea-hipopnea (IAH) por hora de sueño. Existen, además, enfermedades
que pueden asociarse al SAHS, como el hipotiroidismo, la acromegalia, la
distrofia miotónica y el síndrome de Ehlers-Danlos, entre otras.
Los
síntomas clásicos que pueden ayudar a una correcta detección son
ronquido, apneas presenciadas y ESD, aunque también se pueden encontrar
presentes otros síntomas, como sensación de sueño no reparador,
nicturia, insomnio, cefalea matutina, despertares asfícticos,
irritabilidad y disminución de la libido. El caso típico de SAHS suele
ser un paciente varón o una mujer peri-/postmenopáusica, con obesidad y
cuello corto. En el caso de pacientes jóvenes no obesos con SAHS debe
sospecharse de la existencia de enfermedad otorrinolaringológica.
La
primera actuación en el tratamiento del SAHS se centra en la
modificación de los hábitos de vida, tratando de conseguir una buena
higiene del sueño y que éste sea suficiente y regular. También puede
ayudar recomendar al paciente que se acueste siempre a la misma hora, en
la medida de lo posible; evitar comidas copiosas en la cena, y realizar
las comidas al menos 2 h. antes de acostarse; intentar no ver la
televisión, leer o consultar el teléfono desde la cama antes de dormir;
evitar la ingesta de alcohol o el consumo de tabaco en las horas
cercanas al descanso nocturno; así como elevar el cabecero de la cama
unos 30°. También es importante evitar dormir en posición de decúbito
supino, para lo que existen diversas técnicas disuasorias como adherir
una pelota de tenis, u otros objetos romos, en la espalda del paciente,
aunque su eficacia a la larga es limitada por su difícil cumplimiento o
por tolerabilidad del paciente a la medida. En pacientes con sobrepeso
(con índice de masa corporal superior a 25), u obesidad (índice de masa
corporal superior a 30) una reducción de peso (del 10%) puede suponer la
cura del SAHS. En caso de considerarse necesario recurrir a medicación
para la inducción del sueño, son preferibles los fármacos hipnóticos no
benzodiacepínicos.
Cuando
las medidas relacionadas con el estilo de vida no mejoran la situación,
el uso de dispositivos que aseguran una presión positiva continua de la
vía aérea (CPAP) es el tratamiento de elección. Su mecanismo de acción
es similar a una válvula neumática que aumenta la presión intraluminal
de la vía aérea superior, impidiendo el colapso tanto estático como
dinámico. Esta terapia consigue mejorar la somnolencia diurna en los
pacientes con un SAHS moderado-grave, así como reducir la fragmentación
del sueño, disminuir las desaturaciones nocturnas, mejorar la calidad de
vida y disminuir los accidentes de tráfico de los sujetos con SAHS.
Además también permite la corrección de los fenómenos obstructivos y el
ronquido, corrección de los despertares secundarios a episodios
respiratorios, mejoría de la arquitectura del sueño y de las variables
cognitivas, mejora de las cifras de presión arterial y disminución de
los episodios cardiovasculares fatales y no fatales con respecto a los
pacientes sin tratamiento. La adherencia al tratamiento (50-80%, aunque
puede tratarse de una sobreestimación) es uno de los principales
inconvenientes, por lo que es importante seguir estrechamente al
paciente en las primeras etapas del tratamiento, ya que la mayoría de
efectos secundarios (congestión y/o obstrucción nasal, sequedad
faríngea, irritación cutánea, ruido, conjuntivitis o epistaxis,
aerofagia, insomnio, dificultad para exhalar o sensación de ahogo)
suelen aparecer sobre todo en la primera semana de uso, siendo la mayor
parte de ellos transitorios y de índole menor, con buena respuesta a
medidas locales.
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