Según International Council of Nurses,
una enfermera de práctica avanzada es una especialista que ha adquirido
la base de conocimientos expertos, las capacidades de adopción de
decisiones complejas y las competencias clínicas necesarias para un
ejercicio profesional ampliado.
El concepto surgió en EEUU, en los años 70, en las áreas de obstetricia y anestesia y, a partir de entonces, el desarrollo de la profesión enfermera se ha centrado en lo que ha pasado a denominarse Advanced Nursing Practice (ANP) o Enfermeras de Práctica Avanzada (EPA). Se trata de una formación de postgrado que ofrece una visión global para la atención de los pacientes complejos, para la implicación de las personas en el manejo de sus propias enfermedades y, en resumen, para todo lo que se refiere a la innovación, a la evidencia y a la investigación orientada a mejorar la atención que se ofrece a las personas.
Sobre este asunto, me gustaría no entrar en el debate competencial corporativo, y en cambio pensar un poco más sobre qué pueden aportar las enfermeras con práctica avanzada, en un modelo sanitario futuro con más integración de servicios, más liderazgo clínico de los médicos de familia (y los geriatras cuando sea necesario), más capacidad resolutiva de las enfermeras y más coordinación entre los servicios de salud y los servicios sociales. Un sistema sanitario en el que los especialistas (me refiero a los de órganos y sistemas) sólo vean a los pacientes crónicos complejos y a los pacientes geriátricos en régimen de consultoría, siempre que el equipo multidisciplinar responsable del plan de actuación del paciente lo crea conveniente.
En el siguiente gráfico se observa la zona competencial compartida entre médicos y enfermeras, y me he permitido, a modo de ejemplo, elegir 8 áreas del territorio híbrido, en las que me parece claro que la aportación de una enfermera de práctica avanzada puede ser más apropiada que la de un médico, debido a su visión más global de las necesidades de las personas.
El concepto surgió en EEUU, en los años 70, en las áreas de obstetricia y anestesia y, a partir de entonces, el desarrollo de la profesión enfermera se ha centrado en lo que ha pasado a denominarse Advanced Nursing Practice (ANP) o Enfermeras de Práctica Avanzada (EPA). Se trata de una formación de postgrado que ofrece una visión global para la atención de los pacientes complejos, para la implicación de las personas en el manejo de sus propias enfermedades y, en resumen, para todo lo que se refiere a la innovación, a la evidencia y a la investigación orientada a mejorar la atención que se ofrece a las personas.
Sobre este asunto, me gustaría no entrar en el debate competencial corporativo, y en cambio pensar un poco más sobre qué pueden aportar las enfermeras con práctica avanzada, en un modelo sanitario futuro con más integración de servicios, más liderazgo clínico de los médicos de familia (y los geriatras cuando sea necesario), más capacidad resolutiva de las enfermeras y más coordinación entre los servicios de salud y los servicios sociales. Un sistema sanitario en el que los especialistas (me refiero a los de órganos y sistemas) sólo vean a los pacientes crónicos complejos y a los pacientes geriátricos en régimen de consultoría, siempre que el equipo multidisciplinar responsable del plan de actuación del paciente lo crea conveniente.
En el siguiente gráfico se observa la zona competencial compartida entre médicos y enfermeras, y me he permitido, a modo de ejemplo, elegir 8 áreas del territorio híbrido, en las que me parece claro que la aportación de una enfermera de práctica avanzada puede ser más apropiada que la de un médico, debido a su visión más global de las necesidades de las personas.
- Prevención y promoción de la salud. Tanto en personas sanas como en personas con factores de riesgo, el liderazgo y el trabajo enfermero es clave.
- Decisión clínica compartida. El apoyo de las enfermeras puede ser decisivo para crear un clima de comprensión y unos materiales comunicativos apropiados al nivel cultural de cada paciente.
- Gestión enfermera de la demanda. Hay experiencias con evaluaciones muy positivas.
- Adherencia al tratamiento. Además de prevención de la polimedicación en personas mayores, e implicación, conjuntamente con los médicos, en procesos de deprescripción.
- Formación, control y atención continuada a los pacientes crónicos. La enfermera pasa a ser un puntal del equipo profesional cuando les enfermos desarrollan diversas cronicidades y las necesidades de servicios se multiplican.
- Apoyo a los geriatras en las evaluaciones integrales. La enfermera es el referente para el trabajo geriátrico, y se convierte en el puente entre la atención sanitaria y la social para los pacientes geriátricos frágiles con necesidades complejas.
- Indicaciones y manejo de los sondajes urinarios, pero también en tratamiento de bacteriurias de las personas mayores.
- Procesos de final de vida. Implicación en el equipo multidisciplinar y liderazgo técnico en el manejo de síntomas, apropiado para cada persona y situación.

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