La OMS ha considerado la demencia, que afecta a unos 35,6 millones de personas a nivel mundial, como una prioridad en salud pública. Así, cada año se registran 7,7 millones de nuevos casos, siendo una de las principales causas de discapacidad y dependencia entre las personas mayores, provocando además un impacto físico, psicológico, social y económico en los cuidadores, en las familias y en la sociedad.
La enfermedad de Alzheimer es la causa de demencia más común, ya que supone entre un 60% y un 70% de los casos. Dado que carecemos actualmente de tratamientos eficaces para esta enfermedad, la búsqueda de sus causas y de los factores de riesgo modificables resulta aún más importante.
Entre estos factores predisponentes podrían estar las benzodiacepinas, cuyos efectos adversos a nivel cognitivo están bien documentados. Así, aunque su empleo se ha relacionado con un aumento del riesgo de desarrollar demencia (1 y 2) y algunos autores ya han desaconsejado su uso en pacientes con demencia, sigue sin estar claro si esta asociación es o no de tipo causal, no pudiendo descartarse que el uso de benzodiacepinas sea sólo un marcador temprano de una futura aparición de la enfermedad, al usarse para tratar sus pródromos.
Sin embargo, en septiembre se ha publicado un nuevo estudio, que ha tenido bastante eco en los medios generales, en el que se ha observado una relación dosis-dependiente entre el uso de benzodiacepinas durante más de tres meses en pacientes ancianos y el incremento del riesgo de desarrollar Alzheimer, siendo éste mayor para los fármacos de vida media más prolongada.
Se trata de un estudio del tipo casos-controles, llevado a cabo sobre pacientes incluidos en la base de datos del Programa de Seguro Sanitario de Quebec, que da asistencia al 98% de la población mayor de 66 años de esta región canadiense. Los investigadores seleccionaron al azar 1.796 pacientes con un primer diagnóstico de Alzheimer, comparándolos con 7.184 controles.
El objetivo del estudio fue investigar la relación entre el riesgo de desarrollar Alzheimer y la exposición a las benzodiacepinas iniciada al menos 5 años antes. Una vez determinada la existencia de dicha exposición, se clasificaron los pacientes según la dosis acumulada, expresada como dosis diarias (DD) prescritas, y la semivida del medicamento empleado.
A modo de resumen de los resultados, diremos que el uso de benzodiacepinas se asoció con un incremento del riesgo de desarrollar Alzheimer (OR 1,51; IC95% 1,36-1,69). Respecto a la dosis acumulada, no se encontró asociación para exposiciones inferiores a 3 meses, pero sí para exposiciones más prolongadas, aumentando la fuerza de la asociación con la duración del tratamiento: OR 1,32 (IC95% 1,01-1,74) para exposiciones entre 3 y 6 meses y OR 1,84 (IC95% 1,62-2,08) para exposiciones mayores de 6 meses. Del mismo modo, el incremento del riesgo fue superior para las benzodiacepinas de vida media prolongada OR 1,70 (IC95% 1,46-1,98) que para las de semivida corta OR 1,43 (IC95% 1,27-1,61).
Estos resultados refuerzan la teoría de que existe una relación causal directa entre el consumo de benzodiacepinas y la enfermedad de Alzheimer.
Los ensayos clínicos son los únicos métodos experimentales que, al controlar todos los factores de confusión, permiten comparar dos poblaciones que se diferencian solamente en la exposición a un medicamento, siendo por tanto los únicos que pueden demostrar estadísticamente una relación de causalidad. Sin embargo, tienen importantes limitaciones que impiden su uso más habitual en la farmacovigilancia. Por su parte, los estudios epidemiológicos observacionales (cohortes y caso-control), en los que se comparan dos poblaciones de características similares, una expuesta a un tratamiento farmacológico y otra que no lo ha recibido, son herramientas muy útiles para poner de manifiesto la existencia de una asociación entre un tratamiento y la aparición de un efecto adverso.
El estudio que hoy nos ocupa, nos alerta sobre unos medicamentos con una alta prevalencia de uso en una población especialmente vulnerable por su doble condición de pluripatológica y polimedicada, como son los pacientes ancianos, y en los que frecuentemente existe un déficit cognitivo que puede ser agravado por causas farmacológicas.
Concluimos recordando que la prescripción de benzodiacepinas o la decisión de continuar el tratamiento nunca debe hacerse de forma precipitada o rutinaria, sino que hay que tener en cuenta las características del paciente, tras evaluar otras alternativas, incluidas las no farmacológicas y durante el menor tiempo posible. Finalmente, a la hora de su retirada, será preciso hacerla de forma gradual, coordinada con el paciente y empleando una estrategia adecuada.
Entrada elaborada por Rafael Páez Valle.
Fuente Blog Farmacia de AP.
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