El Bronx, Nueva York, 8.00 de la mañana. El Dr. John Eng había cogido, como siempre, el autobús BX32, aunque un poco antes de lo habitual. Ese día, el Veterans Affairs Medical Center le parecía más grande que nunca. Es cierto que hoy se dirigía al edificio principal, un complejo de 1.663 camas y nueve plantas, en lugar de al Solomon A. Berson Research Laboratory, edificio anexo de «solo» cinco plantas, dedicado a la investigación, donde habitualmente desarrollaba parte de su trabajo. Con sus exuberantes jardines
y arboledas en la cara que ofrece al río, le parecía más un hotel de vacaciones que un hospital. No era de extrañar que las Hermanas de la Caridad eligieran aquel sitio para erigir un orfanato del que, aún hoy, se conserva la capilla de «El Niño», de 1800. Luego, en 1921, la Archidiócesis vendió los terrenos a la Administración Federal, que los cedió en 1922 a la recién fundada Asociación de Veteranos de los EE. UU., que transformó aquel hogar para niños huérfanos en un hospital de enfermedades mentales que, con los años, ha pasado a ser un hospital general.
John se dirigió a la zona administrativa del complejo.Tenía una cita muy importante con los administradores de la Fundación. Se sentía tan nervioso como el día en que hizo su examen de acceso a Harvard. Esperaba que, como en aquella ocasión, todo saliera bien. Por fin llegó. Aquella planta era distinta a las demás. Se notaba la presencia de «lagente que manda» por la madera de las paredes y el cuero en las sillas. Una amable secretaria le indicó que se sentara, pues habían tenido un imprevisto y se retrasarían un poco. Así quese acomodó y procuró relajarse.
Desde los ochenta trabaja en aquella institución. Había tenido la suerte de entrar en el laboratorio de la Dra. Rosalyn S. Yalow (1921-2011), que había recibido el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1977 por el desarrollo del inmunoanálisis de las hormonas peptídicas. Él, como endocrinólogo que era, estaba especialmente interesado en el campo de la diabetes. Cuando comenzó sus investigaciones sabía que pocas
cosas nuevas podía obtener de ratas, cobayas y otros animales habituales en el laboratorio. Le parecían muy interesantes los recientes estudios de los gastroenterólogos del National Institutes of Health, que habían observado una inflamación en el páncreas inducida por el veneno de algunas serpientes y lagartos. Así que, ni corto ni perezoso, se puso en contacto con un serpentario de Utah. Les solicitó una serie de muestras secas y en conserva de su catálogo. Vamos, que dio sus primeros pasos como cualquier americano que observa algo en el catálogo de los almacenesSears y hace su pedido.
Pronto descubrió que el radioinmunoanálisis no era una buena técnica para descubrir nuevas hormonas, así que se puso a trabajar con nuevos procesos químicos. Fueron horas y horas en el laboratorio. Horas de no poder estar con su mujer y sus hijos, de no ir de vacaciones. En 1990, del lagarto de México (Heloderma horridum) obtuvo la que denominó exendin-3. Muy pronto comprobó que tenía una actividad vasoactiva tan importante que la descartaba para su empleo en humanos. Fue un primer «fiasco». Pero si uno quiere ser
investigador debe tener asumido que los resultados negativosvan incluidos en el puesto.
Tardó dos años más en descubrir la exendin-4. Esta vez se centró en el monstruo de Gila (Heloderma suspectum). Nofue su diana su veneno, sino su saliva. Este pequeño, feo y lento lagarto puede mantenerse con vida con tan solo cuatro o cinco comidas al año. Procura que estas sean lo máscopiosas posible y almacena la energía en su cola. En los períodos interprandiales mantiene su páncreas parado. Claro está que cuando vuelve a comer debe ponerlo en marchade nuevo, para lo que se vale de la sustancia diana del Dr. Eng. Comprobó que la exendin-4 tenía una actividad muy similar a la GLP-1, que estaba siendo investigada porlos científicos del Massachusetts General Hospital. Como esta, bajaba la glucemia hasta límites normales y cesaba su efecto. Ahora bien, si la GLP-1 debía ser inyectada cada hora por su escasa vida media, «su» sustancia tenía un efecto de hasta 12 horas. Todos sus resultados los publicó en The Journal of Biological Chemistry. Así, con la revista y un gran dossier, se presentaba hoy delante de los responsables de la Administración de Veteranos. La suave voz de la mujer que le había indicado que se sentara le despertó de su ensimismamiento. Por fin le recibirían. La reunión fue corta. Con no muchas palabras le explicaron que la Agencia no quería la patente porque no era un tema específico de los veteranos. Que sería distinto si fuera algo dirigido a patologías propias, como las lesiones medulares, el estrés postraumático, etc. Un apretón de manosy una palmadita en la espalda dio por finalizada la entrevista. Había suspendido, y eso le había dejado perplejo. Al llegar a casa le contó lo ocurrido a su mujer. Enseguidavieron que no podía tirar por la borda tantos años de trabajo.
Era arriesgado pero le quedaba el remedio de patentarla él mismo. Con el beneplácito de su cónyuge, inició el largo y sinuoso camino de abogados y oficinas de la Administración Federal. Al final la obtuvo, en 1995, tras dejar en ello 8.000 dólares de su bolsillo. Con el certificado y el dossier anexo en sus manos, sintió la alegría de haber concluido una fase en su vida. Pero, al dejar las emociones de lado, se dio cuenta que tenía una patente que no podía desarrollar.
Era la hora de buscarle padrino a su «quinto hijo». En laindustria farmacéutica nadie le abría las puertas. Todo eran buenas palabras («nos pondremos en contacto», «lo estudiaremos»), pero no había respuestas.
Septiembre de 1996. La frustración por su incapacidad para encontrarle un hogar a su exendin-4 era inmensa. Sabía que en San Francisco se iba a celebrar la reunión anual de la Asociación Americana de Diabetes (ADA). No podía perdernada más que unos días y, tan solo por ir a la costa oeste, el viaje merecía la pena, aunque fueran casi seis horas de avión. Tras mandar la documentación necesaria para presentar su trabajo recibió el primer revés. Le habían admitido tan solo en póster. Los de la ADA ni siquiera pensaban que era digno de una defensa oral de los resultados. Bueno, mejor era esoque nada.
Llegó el momento. Perfectamente vestido, con su mejor traje y una corbata que le había comprado su mujer para que le trajera suerte, estaba allí, de pie, junto a un gran pliego de papel en el que había intentado resumir, de la forma más llamativa posible, el resultado de tantos años de trabajo. Se paraban de vez en cuando alguno de los congresistas. Rápidamente se podía adivinar que era cada uno. Trajes de 3.000 dólares a medida: endocrinólogos con una buena consulta. Chaquetas con mangas crecederas: médicos residentes. De repente se paró alguien distinto. Correctamente vestido, con porte de saber lo que hacía, miraba su trabajo como un filatélico que ha encontrado el sello de valor facial de veinticuatro centavos, color rojo y azul, en el cual aparece un avióninvertido. Era Andrew Young, el jefe de fisiología de Amylin Pharmaceuticals. Enseguida entablaron conversación. Le hizo un sinfín de preguntas. Se veía que ya tenía experienciacon la GLP-1. Sin darse cuenta, estaba sentado en una mesacon Young y otros dos colegas, el presidente de la compañía y el vicepresidente de investigación, marketing y desarrollo empresarial. Antes de salir de la ciudad ya habían comenzado las negociaciones y Young se había puesto en contacto con Dan Bradbury, el jefe de operaciones de Amylin en San Diego, para empezar a producir toda la exendin-4 posible para así poder comenzar inmediatamente las pruebas con animales. John Eng llamó a Nueva York y le dio la buena nueva a su esposa. Le explicó que debía quedarse un tiempo más para dejar encarrilado todo el proyecto. A los pocos días se reunió con todo el quipo de Amylin. Era una empresa no muy grande. Tal vez por eso tenían una mayor capacidad de enfrentarse a ideas nuevas. Y eran eficaces. En tan solo cuatro semanas pusieron en marcha la línea de trabajo y completaron las patentes sobre el desarrollo de la sustancia. Así, en octubre, ya se trabajaba con el AC2993, nombre interno que recibió el fármaco. Lograron completar la fase I en 1998 y en 1999 se solicitó la valoración por la U.S. Food and Drug Administration. Tal era la fe que tenían en el fármaco que, este año, aún teniendo serios problemas financieros que les obligaron a reducir su plantilla, conservaron la línea de la exenatida, pues veían en ella la supervivencia de la empresa. Tras concluir la fase II, en 2001 comunicaron en la reunión anual de la ADA que disminuía un 1 % la hemoglobina glucosilada después de 28 días de tratamiento. Esto hizo que uno
de los grandes, la Ely Lilly and Company, entrara en el estudio de la molécula en septiembre de 2002, lo que supuso la inyección de 325 millones de dólares para su desarrollo. Esta vez, con la Lilly, las cosas eran algo distintas. CuandoJohn Eng fue a la multinacional le recibieron despacho tras despacho. Esto no era el equipo casi familiar de la Amilyn.Se percibía claramente la sensación de estar dentro de un gigante. Por fin, el 28 de abril de 2005 se aprobó para su empleo en la diabetes, eso sí, en pacientes que emplearan ya otros fármacos. Posteriormente, en 2009, también recibió la autorizacióncomo monoterapia. Desde entonces ha tenido tal éxito que, en 2010, estaba siendo empleado por 1,3 millones de americanos, y muchos de ellos ya le dan el nombre familiar de «Guilly» (contracción de Gila Monster y Lilly). Esto, junto a un coste en la calle de cerca de 200 dólares al mes, han hecho del Dr. John Eng una persona muy rica(se cree que percibe cerca del 1 % de los beneficios del fármaco).
Son curiosas dos cosas del Dr. Eng. La primera que, pese a sus ingentes ingresos, sigue trabajando como endocrinólogo clínico para la Asociación de Veteranos, que le dio la espalda a la hora de desarrollar su fármaco. La segunda, que vio por primera vez en vivo al Monstruo de Gila en el año 2006 con motivo de un programa de la BBC sobre su descubrimiento.
Tanto le ha debido llamar la atención este y otros lagartos que ha creado la Fundación John Eng de Estudios de la Vida Silvestre de la División de Ciencias Biológicas, como una fuente permanente de financiación del trabajo de campo naturalista.
http://www.diabetespractica.com/docs/publicaciones/1390569070Historia_4-4.pdf
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