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El envejecimiento, un proceso universal e inevitable, se caracteriza por una acumulación progresiva de alteraciones fisiológicas y un deterioro funcional a lo largo del tiempo, lo que conduce a una mayor vulnerabilidad a las enfermedades y, en última instancia, a la mortalidad a medida que avanza la edad. Los factores del estilo de vida, en particular la actividad física (AF) y el ejercicio, modulan significativamente los fenotipos del envejecimiento. La actividad física y el ejercicio pueden prevenir o mejorar las enfermedades relacionadas con el estilo de vida, prolongar la duración de la salud, mejorar la función física y reducir la carga de las enfermedades crónicas no transmisibles, como las enfermedades cardiometabólicas, el cáncer, las afecciones musculoesqueléticas y neurológicas y las enfermedades respiratorias crónicas, así como la mortalidad prematura.
La actividad física influye en los impulsores celulares y moleculares del envejecimiento biológico, ralentizando las tasas de envejecimiento, un aspecto fundamental de la gerociencia. Por lo tanto, la PA sirve como medicina preventiva y agente terapéutico en estados patológicos. Los niveles subóptimos de PA se correlacionan con una mayor prevalencia de la enfermedad en las poblaciones que envejecen. Por lo tanto, las prescripciones estructuradas de ejercicio deben personalizarse y controlarse como cualquier otro tratamiento médico, teniendo en cuenta las relaciones dosis-respuesta y las adaptaciones específicas necesarias para obtener los resultados previstos. Las pautas actuales recomiendan un régimen de ejercicio multifacético que incluya entrenamiento aeróbico, de resistencia, equilibrio y flexibilidad a través de actividades estructuradas e incidentales (estilo de vida integrado).
Los programas de ejercicio personalizados han demostrado ser eficaces para ayudar a los adultos mayores a mantener sus capacidades funcionales, prolongar su salud y mejorar su calidad de vida. Particularmente importantes son los ejercicios anabólicos, como el entrenamiento de resistencia progresiva (PRT), que son indispensables para mantener o mejorar la capacidad funcional en adultos mayores, particularmente aquellos con fragilidad, sarcopenia u osteoporosis, o aquellos hospitalizados o en residencias de ancianos. Las intervenciones de ejercicio multicomponente que incluyen tareas cognitivas mejoran significativamente las características distintivas de la fragilidad (baja masa corporal, fuerza, movilidad, nivel de AF y energía) y la función cognitiva, previniendo así las caídas y optimizando la capacidad funcional durante el envejecimiento. Es importante destacar que la AF/ejercicio muestra características de dosis-respuesta y varía entre individuos, lo que requiere modalidades personalizadas adaptadas a condiciones médicas específicas. La precisión en la prescripción de ejercicios sigue siendo un área importante de investigación adicional, dado el impacto global del envejecimiento y los amplios efectos de la AF.
Los análisis económicos subrayan los beneficios económicos de los programas de ejercicio, lo que justifica una integración más amplia en la atención médica para los adultos mayores. Sin embargo, a pesar de estos beneficios, el ejercicio está lejos de estar completamente integrado en la práctica médica de las personas mayores. Muchos profesionales de la salud, incluidos los geriatras, necesitan más capacitación para incorporar el ejercicio directamente en la atención al paciente, ya sea en entornos como hospitales, clínicas ambulatorias o atención residencial. La educación sobre el uso del ejercicio como tratamiento aislado o adyuvante para los síndromes geriátricos y las enfermedades crónicas ayudaría mucho a aliviar los problemas de la polifarmacia y la prescripción generalizada de medicamentos potencialmente inapropiados. Esta intersección de prácticas prescriptivas y AF/ejercicio ofrece un enfoque prometedor para mejorar el bienestar de los adultos mayores. Una estrategia integrada que combine la prescripción de ejercicio con la farmacoterapia optimizaría la vitalidad y la independencia funcional de las personas mayores, al tiempo que minimizaría las reacciones adversas a los medicamentos.
Este consenso proporciona la justificación para la integración de la AF en la promoción de la salud, la prevención de enfermedades y las estrategias de manejo para los adultos mayores. Se incluyen pautas para modalidades y dosis específicas de ejercicio con eficacia comprobada en ensayos controlados aleatorios. Se proporcionan descripciones de los cambios fisiológicos beneficiosos, la atenuación de los fenotipos del envejecimiento y el papel del ejercicio en el manejo de las enfermedades crónicas y la discapacidad en los adultos mayores. Se enfatiza el uso del ejercicio en enfermedades cardiometabólicas, cáncer, afecciones musculoesqueléticas, fragilidad, sarcopenia y salud neuropsicológica. Se proporcionan recomendaciones para cerrar las brechas de conocimiento e implementación existentes e integrar completamente la AP en la corriente principal de la atención geriátrica. Se presta especial atención a la necesidad de una medicina personalizada en su aplicación al ejercicio y la gerociencia, dada la variabilidad interindividual en la adaptación al ejercicio demostrada en cohortes de adultos mayores. En general, este consenso proporciona una base para aplicar y ampliar la base de conocimientos actual sobre el ejercicio como medicina para una población que envejece con el fin de optimizar la duración de la salud y la calidad de vida.
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