La Organización Mundial de la Salud (OMS) los define como
«microorganismos vivos que, cuando se administran en cantidades
adecuadas, confieren un beneficio a la salud del consumidor». Los
probióticos son seguros para los bebés, niños, adultos y pacientes
mayores, pero se recomienda precaución en las poblaciones
inmunológicamente vulnerables1.
En la práctica, los probióticos pertenecen fundamentalmente a dos grupos microbianos: los lactobacilos y las bifidobacterias.
La razón de esto es que son probablemente los únicos, dentro de los que
colonizan nuestras mucosas, que son inocuos (casi) bajo cualquier
circunstancia y que, por ello, han sido reconocidos como organismos GRAS
(Generally Regarded As Safe) y QPS (Qualified Presumption of Safety)
por la Food and Drug Administration de los Estados Unidos y la European
Food Safety Authority, respectivamente. Ahora bien, la falta de
virulencia es una condición necesaria pero no suficiente para considerar
a un microorganismo como probiótico. Dentro de las características
deseables que deben cumplir está la adaptación a las condiciones de la
cavidad diana y una buena adherencia al epitelio, por eso se prefieren
organismos con ese mismo origen, la generación de sustancias
antimicrobianas, la ausencia de resistencias transmisibles a
antibióticos y, sobre todo, que existan ensayos clínicos en los que se
certifique que las expectativas derivadas de sus buenas propiedades in
vitro se cumplen tras su administración a personas voluntarias, para
prevenir la aparición de cuadros concretos o coadyuvar a su resolución2.
https://guiaterapeutica.wordpress.com/2017/10/20/luces-y-sombras-de-los-probioticos/
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