Siempre habíamos considerado que las recomendaciones de las guías NICE eran
un ejemplo de análisis ponderado sobre la eficiencia en el uso de los
medicamentos. Sin embargo, desde hace un cierto tiempo algunas recomendaciones
suyas nos desconciertan.
Según la última guía NICE sobre dislipemias, de 2014, algo más de una
tercera parte de todos los adultos sanos de entre 35 y 80 años, la práctica totalidad
de los varones mayores de 60 años y la práctica totalidad de las mujeres
mayores de 75 años serían candidatos a la toma de estatinas para el resto de
sus vidas.
Todo ello al margen de que
pudieran ser no fumadores, no tener sobrepeso, ni tener ningún otro factor de
riesgo cardiovascular personal ni familiar. Es decir, que simplemente por el
hecho de existir, un británico, y seguramente también un español medio, debería
tomar una estatina durante unos veintidós años de su vida y una británica, o
española, una media de unos 10 años. Y es que parece ser que el mayor predictor
de sufrir una enfermedad cardiovascular (ECV) es la edad, es decir el hecho de
envejecer, algo similar al riesgo de morir, que por regla general y de forma
natural aumenta también con la edad.
La guía aduce que las estatinas, a
partir de un determinado umbral de riesgo CV (del 10% a los diez años), reducen
este riesgo al margen de los niveles de colesterol individual. Por tanto, la
guía argumenta que si se puede hacer, porqué no hacerlo.
Según una proyección
hecha en Gran Bretaña, la aplicación sistemática de la nueva guía NICE, mediante
la calculadora de riesgo QRISK2, ocasionaría, si los pacientes no se resisten, que
unos 200 pacientes más por medico de familia fueran candidatos a recibir
estatinas. La guía no contempla si para
aplicar sus directrices haría falta aumentar los recursos destinados a la atención
primaria (APS,) ni si en este supuesto, la intervención seguiría siendo
eficiente.
Tampoco parece que importe el cambio de rol de los médicos de familia (MF)
que cada vez dedicarían más tiempo a actividades preventivas individuales
basadas en la prescripción de medicamentos, con la consiguiente reducción de
las tradicionales actividades del médico de familia, basadas sobre todo en la
curación. Tal como se planteaba Iona Heath hace años en su ensayo “In defence of a National Sickness
Service”, la hipertrofia de la actividades preventivas en la consulta del MF
ocasiona una pérdida de su capacidad clínica y una fuga de los pacientes
realmente enfermos hacia la atención especializada y hacia los servicios de
urgencias, tanto de APS como del hospital.
La guía plantea también dudas genéricas sobre si debe tratar con
medicamentos a las personas sanas, simplemente porque una calculadora diga que
si toman una pastilla pueden tener un poco menos de riesgo de sufrir un episodio ECV, o quizás de durar un poco más. Este
nuevo paradigma quiebra el principio de la medicina de que las personas se
deben tratar por algún motivo que sea inteligible para la población. No sirve decir que se deben tomar medicamentos
por tener el riesgo CV elevado, sino se es capaz explicar porqué está elevado,
y en este aspecto la guía falla completamente.
Sin duda se trata de un ejemplo más de reduccionismo farmacológico, obra de
expertos encerrados en su “torre de marfil” según un comentario aparecido en el
BMJ, de una
medicina sin rumbo, o como decía Petr Skrabanek, de una medicina
sin rostro humano.
Y luego hablamos de polimedicación.
E Sempere
Grup del Medicament
Grup del Medicament
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