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Hace unos días recibimos en el centro de salud a nuestros compañeros de Reumatología, que periódicamente comparten con nosotros sesiones sobre temas de interés común. En esta ocasión el objetivo fue revisar las novedades en el manejo de la osteoporosis. Nuevas guías, nuevos fármacos, nuevos algoritmos de decisión… y, como siempre, muchas preguntas.
Conviene empezar recordando que, como señala el INFAC (vol. 31, n.º 6, 2023), la osteoporosis no es una enfermedad en sí misma, sino un factor de riesgo para la fractura por fragilidad. Por tanto, el objetivo del tratamiento no es “corregir” una densidad mineral ósea baja, sino reducir el riesgo de fracturas clínicamente relevantes, especialmente las de cadera, que son las que se asocian a mortalidad y pérdida de funcionalidad.
Durante la sesión, revisamos la última Guía de práctica clínica de la SEIOMM (2022). La guía estructura el abordaje del tratamiento según niveles de riesgo (moderado, alto o muy alto), pero lo hace mezclando factores de riesgo de fractura (la verdadera enfermedad) con factores de riesgo de osteoporosis (¿factores de riesgo de un factor de riesgo?). El resultado es una clasificación difícil de interpretar y sin un criterio claro sobre cuántos y cuáles de esos factores definen cada grupo. Con todo este lío, se define un grupo de riesgo moderado que funciona como “cajón desastre”, en el que se incluye una amplia proporción de mujeres, muchas de las cuales ni siquiera requerirían densitometría. Tampoco se menciona la utilidad del Z-score para decidir el inicio de tratamiento, como sí hacen las recomendaciones de la Comunidad de Madrid y de Osakidetza.
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