Los beneficios de la actividad física tanto en la salud física como en la salud mental están bien documentados (ver aquí). Numerosos estudios han demostrado que hacer ejercicio de forma regular reduce los niveles de ansiedad y depresión, mejora la calidad del sueño, previene la diabetes, la hipertensión y el sobrepeso, además de aumentar el bienestar general. Las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para adultos sugieren al menos 150 minutos de ejercicio de intensidad moderada a la semana, o 75 minutos de actividad vigorosa, o una combinación de ambos, junto con ejercicios de fuerza, para integrar más actividad física en la vida diaria y para reducir el sedentarismo (ver aquí). Sin embargo, pese al conocimiento generalizado de estos beneficios, muchas personas tienen dificultades para incorporar suficiente actividad física en su vida cotidiana. Menos del 60 % de las mujeres y del 70 % de los hombres son físicamente activos en Europa, donde los estilos de vida sedentarios son cada vez más comunes y los problemas de salud mental van en aumento. Este problema se agudiza en la población que sufre enfermedades crónicas, ya que muchos de los diagnósticos más comunes (como la diabetes o la hipertensión) están asociados a tasas más bajas de actividad física y más riesgo otros problemas de salud, en comparación con la población general/sana (ver aquí y aquí).
Ante esta realidad, algunos sistemas sanitarios, como Inglaterra o Países Nórdicos, han empezado a integrar la prescripción de actividad física en la atención primaria. Involucrar a los profesionales sanitarios recomendando la práctica de actividad física regular, se presenta como una estrategia prometedora, proporcionando orientación estructurada y supervisión para quienes de otro modo no practicarían ejercicio regularmente. Pero ¿hasta qué punto estas iniciativas pueden mejorar la salud?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario