El ictus es una enfermedad de elevada prevalencia e incidencia en nuestro medio. Durante años ha sido considerado como una patología que inevitablemente llevaba a la muerte o traía consecuencias muy incapacitantes para quien lo padecía y también para todo su núcleo familiar, dadas las limitaciones con las que quedaba el paciente para el resto de su vida. Sin embargo, el ictus no es un accidente, como erróneamente se definía, ya que es evitable en gran medida y potencialmente tratable. Se trata de una patología tiempo dependiente donde tanto el reconocimiento de sus síntomas por parte de la población general, como la actuación inmediata por parte de los servicios de urgencias y emergencias, pueden ofrecer grandes posibilidades en cuanto a supervivencia y disminución de las secuelas se refiere. El ictus en fase aguda, aun con las nuevas terapias y la ampliación del periodo ventana, continúa siendo una patología tremendamente frecuente. De cada 6 españoles 1 tendrá un ictus a lo largo de su vida, doblándose esta proporción si supera los 65 años. Si a ello añadimos que sigue siendo la primera causa de muerte en la mujer y la segunda en el hombre, que es el principal causante de deterioros cognitivos, demencias y epilepsias, se convierte en una patología que debe ser considerada y manejada como una emergencia médica como ya se definió en el Plan Nacional en 2008. En él se planteaba la necesidad de recursos humanos, materiales y formación específica de profesionales de emergencias para que la estrategia planteada pudiera tener éxito. En Europa fallecen unas 650.000 personas al año. Cada 40 segundos, alguien sufre un ictus. El coste estimado ocasionado por el ictus supone 8,5 millones de € por año. En España el número de fallecimientos es de 40.000 personas al año, y se producen 120.000 ictus nuevos. El coste directo sanitario de 2 millones de € por año e indirectos, por las secuelas ocasionadas de 6,5 millones de €. Es necesario un conocimiento profundo del ictus a todos los niveles. La educación a la población general, partiendo en los colegios debe considerarse fundamental y también la implantación de códigos ictus en las diferentes comunidades autónomas. Si queremos disminuir sus graves consecuencias no debemos olvidar las prevenciones primaria y secundaria, pero tampoco la rehabilitación funcional precoz a todos los niveles tras padecerlo. No debemos centrarnos solamente en el momento crítico inicial, aunque en la situación actual es absolutamente prioritario. Desde el grupo nacional hemos confeccionado este documento contemplando lo que en la actualidad nos refieren las evidencias científicas sobre el abordaje del ictus en fase hiperaguda. Continuamente se publican nuevos estudios y se valoran nuevas estrategias diagnósticas y terapéuticas que deben ser conocidas por los profesionales. Esperamos que sea de utilidad para todos los profesionales involucrados en la atención al ictus y que nos ayude a conseguir unos mayores niveles de accesibilidad, equidad y eficiencia similares en todo el territorio nacional.

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