Los
profesionales de la salud no somos inmunes al dolor. El sufrimiento de
nuestros pacientes y de los lugares en los que trabajamos dejan huella.
Cada cual trata de defenderse como puede predominando las conductas de
huida y de separación que tiñen de frialdad y falta de contacto humano
los cuidados.
Nadie nos enseña explícitamente a
bregar con el sufrimiento. Lo vamos aprendiendo por imitación de las
personas cercanas que nos rodean y de nuestra experiencia personal.
La
literatura y las bellas artes están llenas de historias desgraciadas
que los artistas plasman para que virtualmente nos acerquemos a esas
realidades ardientes que tanto nos asustan. También las tradiciones
espirituales tratan de acercarse a los misterios de la muerte y el
sufrimiento humano proponiendo caminos. Hay que reconocer que no nos
faltan testimonios, la historia de la humanidad está teñida del negro
tinte de un sufrimiento que al final también nos termina alcanzando.
Cuando
enfermamos o atravesamos una crisis vital experimentamos angustia. Los
encargados socialmente de recogerla y atenderla son los profesionales de
la salud que paradójicamente están excelentemente formados para atender
las dimensiones biológicas del dolor pero no las demás.
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