“El dolor crónico es una experiencia
individual de etiología multifactorial. Puede provocar un sufrimiento
inesperadamente prolongado cuando, por ejemplo, una lesión inicial se
transforma en una patología compleja. Un esguince de tobillo transitorio
puede desembocar en un síndrome de dolor regional complejo que se
prolongue meses o años; o un episodio de una semana de herpes zóster
puede provocar una neuralgia posherpética con dolor invalidante durante
meses o años. Además, el dolor crónico puede ser un síntoma acompañante
de una enfermedad subyacente fundamentalmente irreversible, como
artritis, estenosis espinal, o una factura por compresión producto de la
osteoporosis en personas ancianas. El dolor crónico también puede ser
el trastorno primario de enfermedades como la fibromialgia y la
neuralgia del trigémino, de las cuales aún no se conoce la etiología ni
el mecanismo.
En consecuencia, el dolor crónico es más
que una extensión cronológica del dolor agudo y requiere distintos
enfoques diagnósticos y estrategias de manejo. Así, herramientas
diagnósticas como la radiografía y la RM son menos informativas para
identificar su origen porque la intensidad del dolor crónico puede ser
desproporcionada en relación con la causa subyacente. El dolor crónico
suele estar asociado a trastornos coexistentes como ansiedad, depresión,
pensamiento catastrófico y discapacidad; además, la efectividad de los
fármacos empleados contra el dolor agudo puede disminuir con el tiempo
debido a la tolerancia (como sucede con los opioides) o a un incremento
de los efectos secundarios. El dolor crónico es un desafío único para
los profesionales de la salud que exige una estrategia de manejo
razonable y pragmática.
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