Una jornada sobre seguridad del Paciente y calidad asistencia organizado
por la Fundación Mapfre, en el Colegio de Médicos de Badajoz, ha
permitido esta semana pasada, analizar los mitos y miedos del Consentimiento Informado como útil para mejorar esa calidad de la asistencia sanitaria y su seguridad clínica.
En ella se puso de manifiesto como todavía hoy tras la imparable
evolución, de estos asuntos, en su clarificación y consolidación con una
fuerza y rotundidad como la que hoy tenemos, con la Ley Básica 41/2002
reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en
materia de información y documentación clínica, son muchos los médicos
que continúan manejando el proceso del consentimiento informado como un
trámite administrativo sin más, una mera obligación legal que hay que
cumplir para evitar las consecuencias perjudiciales de su omisión, sin aprovechar este proceso como medio de potenciar y mejorar el mutuo diálogo entre médicos y enfermos.
Siguen entregándose en la admisión de los pacientes, documentos bien
preparados para el proceso informativo, con sus correspondientes
espacios en blanco e incluso dibujos descriptivos, que quedan sin
completar por el Médico responsable, o que se pueden encontrar
totalmente vacíos de datos específicos, o con anotaciones ilegibles o
vagas.
Fácilmente los Médicos y algunas Instituciones Sanitarias caen en la
trampa de creer que lo único que necesitan es lograr que el paciente
estampe su firma sobre el documento para tener un consentimiento válido.
Existe demasiado énfasis en demostrar que el paciente autorizó el
procedimiento (algo que la mayoría de las veces es fácil de probar y
queda fuera de la discusión) y poco interés en documentar la información
brindada al paciente para ayudarlo a tomar una determinación, algo
mucho más difícil de probar en los juicios por responsabilidad profesional.
Documentos de este tipo, entregados por un administrativo minutos antes
de una cirugía o procedimiento y sin que reflejen el proceso de
información que se realizó con el paciente suelen ser desestimados en
los tribunales. Cada vez es mayor la jurisprudencia en donde la
principal acusación no es ya la “mala praxis” sino la violación del
derecho del paciente a tomar una decisión informada, partiendo del
presupuesto de que la capacidad de decidir es manifestación y ejercicio
de la autonomía de las personas y ésta se asienta en la dignidad del ser
humano. La consideración de la persona como ser autónomo, introducida
por el protestantismo no pudo por menos que afectar a la relación Médico
– Paciente, llevando a una progresiva horizontalización de la misma,
convirtiendo este vínculo en simétrico, en el modo que actualmente lo
conocemos. Esto explica el tránsito de la relación de modelo
vertical (con el Médico como protagonista) al antes referido de tipo
horizontal (en donde el protagonismo lo asume el Paciente).
La importancia de este cambio se sitúa en numerosos aspectos, pero su
relevancia en el campo de la información es fundamental. Bajo criterio
del modelo vertical la información se le dispensa al Paciente sólo para
obtener su colaboración (seguimiento de una terapia, por ejemplo).
Conforme al modelo horizontal, sin embargo, el objeto de la información
es conformar (dar forma) a la voluntad del Paciente para que pueda tomar
decisiones (ejercer su autonomía, en definitiva) orientadas a consentir
o a disentir (como lógico reverso) respecto de la acción misma
propuesta por el medio sanitario, formato este último que introduce
numerosas exigencias al profesional, pero aporta elementos ajenos al
ámbito científico que humanizan y dignifican la profesión sanitaria
Los derechos humanos, la dignidad de la persona, su autonomía y libertad
están ahí y aunque se vulneren o se pretenda ignorarlos, no dejan de
proclamar y de gritar su exigencia y necesidad en cualquier comunidad
política que pretenda constituir un Estado de Derecho. Negar o pretender ignorar tal exigencia y su cumplimiento no sirve de nada y
no hace sino colocarse fuera de la norma dictada por el Parlamento
elegido democráticamente y que se encuentra en cualquier Estado
civilizado y de libertad y respeto a los derechos humanos, e incurrir en
responsabilidad de diversa clase, según las circunstancias y resultados
del caso.
Reconozco que ello ha exigido un cambio de mentalidad en nuestros
galenos, que deben entender la alteridad, la dignidad del enfermo, su
autonomía y libertad, así como el derecho a decidir sobre su propia vida
y destino. Aquí las poses doctorales, la distancia y frialdad
profesional y menos todavía la soberbia, ese pecado esencialmente
satánico, nada tienen que ver. Cierto que tal exigencia supone molestias
y exige más dedicación al enfermo, pero ello constituye precisamente el
supremo quehacer del Médico.
Hay que pensar que los enfermos en una gran mayoría de ellos no
entienden y comprenden bien los documentos del consentimiento que se les
entregan. ¡Existe tan poca oralidad y tan escasa comunicación!, los
documentos de consentimiento informado, se suelen entregar a los
pacientes que están a punto de someterse a un proceso quirúrgico y se
olvida que para su comprensión se requiere un proceso dialógico previo,
dado que sus lecturas y relecturas requerirán de una enseñanza previa
de tipo medio, al menos para poder comprenderlos con corrección.
Pienso que no es mucho pedir una información adecuada y puesta al
alcance del enfermo para que ostente, después de recibida, la capacidad
de elección y de decisión en algo que, en definitiva, afecta directa y
primordialmente a su persona y a su vida. La realidad es que el
consentimiento informado, se ha convertido (¡triste es decirlo!) y no
pocas veces en una exigencia escrita, en cuanto se hace firmar al
enfermo antes, muy poco antes, del acto quirúrgico y que el enfermo o no
lee debidamente o no comprenden en todo su alcance y donde las escasas
informaciones verbales son breves, muy breves y casi siempre sin
diálogo.
En la práctica se ha convertido así esta exigencia legal en un medio de
demostrar “a posteriori”, en un momento más lejano en el tiempo y en un
futuro proceso, que se ha realizado la información y se ha recabado el
consentimiento. Se busca más la prueba anticipada para emergencias
posteriores que el reconocimiento de la libertad y de la decisión
autónoma del paciente para elegir entre las posibles opciones, inclusive
la mera negativa a toda intervención. Se ha trocado así una institución
destinada a proteger la libertad y la autonomía del enfermo, en su
realización práctica, en su actuación diaria, en un eventual medio de
defensa ante posibles y futuras reclamaciones. Tristemente hay que
repetir esta gran verdad: "La letra mata y el espíritu vivifica".
La finalidad última del derecho es la de obtener la justicia. Y
al servicio de la justicia, hoy concretada del derecho a la protección
de la salud, deben dirigirse los esfuerzos que desde la doctrina del
consentimiento informado se han y están produciendo en la regulación de
la relación médico-paciente desde la perspectiva de todas las ramas del
ordenamiento jurídico.
Este esfuerzo y profundización, en cuanto intento de definir los
derechos y las obligaciones de todos como medio de conseguir una vida
social más justa y más libre, deben preservarse y potenciarse. Pero el
derecho es también y ante todo una ciencia de límites y de sentido común
y a veces tan pernicioso puede resultar la ausencia como el exceso de
regulación jurídica.
La doctrina del consentimiento informado ha implicado ciertamente una nueva forma de entender la relación médico-paciente
en la que el principio ya no es sólo que la salud del enfermo es la
suprema ley, sino que se articula sobre la voluntad del paciente que
queda en libertad para tomar en cada caso la decisión que crea más
conveniente, una vez informado de la naturaleza de los objetivos de las
consecuencias y de los riesgos que comporta la aplicación de un
determinado tratamiento médico.
Pero no se olvide que el fin de la medicina es curar y, cuando no se
puede, cuidar, y cuando los cuidados no van a llevar a la conservación o
al restablecimiento de la salud del paciente, el fin de la medicina
será proporcionarle el afecto y la ayuda que sean precisos, pues en eso
consiste también su grandeza.
El reto del consentimiento informado nos implica a todos, pero fundamentalmente a los médicos y es en este sentido en el que se
ha propugnado que la enseñanza de los médicos en formación incluya el
más alto nivel técnico y científico, pero que ponga al mismo nivel la
relación médico-paciente desde el punto de vista humano.
Se ha dicho que la existencia misma del hombre se ha medicalizado en sus
propios y fundamentales conceptos: nacimiento, muerte y vida. Con la
doctrina del consentimiento informado se trata de recuperar el concepto
de Rudolf Virchow según el que la medicina es una actividad social hasta
la médula de los huesos.
http://www.redaccionmedica.com/opinion/mitos-y-miedos-del-consentimiento-informado
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