La prescripción
diferida de antibióticos se ha propuesto como herramienta para promover el uso
adecuado de estos medicamentos. En esta entrada revisaremos las últimas
evidencias sobre esta práctica, sobre todo en pediatría y nos replantearemos su
idoneidad.
La resistencia a los antibióticos: un
peligro muy real
La resistencia bacteriana a los antibióticos constituye hoy, según la OMS, una de las
mayores amenazas para la salud mundial, la seguridad alimentaria y el
desarrollo. A pesar de que el progreso de dicha resistencia es inevitable,
sí es cierto que se puede retrasar y frenar el aumento exponencial observado en
los últimos años si hacemos un uso más racional de estos medicamentos.
En el marco del Plan Nacional frente a la
Resistencia a los Antibióticos (PRAN), figuran los Programas de Optimización del Uso
de Antibióticos (PROA), que persiguen optimizar la prescripción de
antibióticos para mejorar el pronóstico de los pacientes que los necesitan,
minimizar los efectos adversos, controlar la aparición de resistencia y
garantizar el uso de tratamientos coste-eficaces.
Dentro de las estrategias propuestas figura el empleo de la prescripción
diferida, que consiste en que, cuando un paciente consulta por síntomas
sospechosos de enfermedad infecciosa y existen dudas de si es necesario el
antibiótico, proporcionar una prescripción a instruyéndole acerca de que la
utilice sólo en caso de empeoramiento de síntomas o si estos no mejoran en unos
días.
En general, esta
estrategia se considera útil y factible en nuestro medio y forma parte, por
ejemplo, de las recomendaciones para mejorar la
prescripción antibiótica en la comunidad de la Asociación Española de Pediatría
de Atención Primaria (AEPap).
Novedades en el frente
Recientemente se ha publicado en Pediatrics un
interesante ensayo clínico multicéntrico realizado
en 39 centros de atención primaria españoles. En este estudio se comparó la
seguridad y la eficacia de tres estrategias (prescripción diferida de antibióticos
(DAP), prescripción antibiótica inmediata (IAP) y no prescripción (NAP)) en
niños con infecciones respiratorias no complicadas.
Se reclutaron 436 niños (con edades entre 2 y 14 años) que acudieron a la
consulta del pediatra de atención primaria por faringitis, rinosinusitis,
bronquitis aguda u otitis media aguda y en los que el pediatra tenía dudas
razonables sobre la necesidad de prescribir antibióticos. Los pacientes fueron
aleatoriamente asignados a alguna de las tres estrategias analizadas [148 IAP,
146 DAP y 142 NAP], siendo homogéneas las características basales de los tres
grupos.
El uso de antibióticos fue significativamente más elevado en el grupo IAP
(96% de los pacientes) que en el DAP (25,3%) o en el NAP (12%). Por su
parte, no se observaron diferencias significativas ni en la duración ni en la
gravedad de los síntomas entre los tres brazos del estudio. Además, tanto las
complicaciones como la necesidad de nuevas visitas al pediatra y la
satisfacción fueron similares en las tres estrategias analizadas. Sí se
observó que la aparición de efectos adversos gastrointestinales fue mayor en el
grupo IAP.
A la vista de estos
resultados los autores concluyen que la DAP redujo el uso de antibióticos y los
efectos adversos gastrointestinales en niños con infecciones respiratorias no
complicadas sin aumentar la duración ni la gravedad de los síntomas, lo que
respaldaría su uso con titulares como que la prescripción diferida de
antibióticos en niños con infecciones respiratorias no complicadas es segura y
efectiva, tal y como un estudio similar de los mismos
autores, pero en adultos, se ha usado para respaldar esta práctica en dichos
pacientes.
¿Pero estamos seguros de que esto es así?
Como comentaba Jeffrey Linder en
un hilo en Twitter, si extraemos esa conclusión del estudio estaríamos malinterpretando
sus resultados. No deberíamos quedarnos en comparar la prescripción
diferida con la inmediata y ensalzar las ventajas de la primera, sino fijarnos
que en el tercer grupo (no prescripción antibiótica) tampoco se observaron
diferencias significativas en las variables del estudio.
Es decir, deberíamos comparar los resultados del grupo DAP no con el IAP,
sino con el NAP y si lo hacemos, vemos como la conclusión del estudio cambia a
que lo más efectivo y seguro en estos niños sería no prescribir
antibióticos.
Así, deberíamos
plantearnos qué estamos buscando tratar cuando prescribimos un antibiótico en
estos pacientes, ya sea de forma inmediata o diferida.
Tal vez estemos
buscando tratar la inquietud de los padres o tal vez pensemos que así mejoramos
su satisfacción o tal vez estemos tratando con el antibiótico una falta de
confianza en nuestro propio criterio clínico; las respuestas pueden ser
infinitas. Lo que a la luz de este estudio sí parece claro es que si lo que
pretendemos tratar es la patología de estos pacientes, mejor olvidarnos del
antibiótico.
Para terminar, os
dejamos con la entrada ¿Podemos reducir el consumo de
antibióticos en pediatría? Relato de una experiencia en Atención Primaria,
en la que nos proponen estrategias para mejorar la prescripción de
antibióticos.
Entrada elaborada
por Rafael Páez Valle,
farmacéutico del Distrito Sanitario Málaga-Guadalhorce. La publicación de esta
entrada se ha realizado con carácter personal y no tiene porqué representar la
posición de la organización en la que desarrollan su actividad profesional.
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