La hospitalización de las personas frágiles es una situación que hay que
evitar, pero no siempre se puede. La aparición repentina de un ictus,
un infarto, una fractura de fémur o una retención urinaria, son algunas
de las muchas eventualidades que hacen que Rogelio, que vive solo, con
un ligero apoyo de la hija y de una asistente, se vea dentro de una
ambulancia y acabe en un pasillo de las urgencias del hospital más
cercano, donde pasará, con certeza, un par de semanas con catéteres y
sondas que le limitarán la movilidad, le someterán a pruebas
diagnósticas con ayunos forzados que le desnutriran y se verá envuelto
en un entorno poco amable, con cambios constantes de interlocutores, con
interferencias nocturnas que le trastornaran los ritmos circadianos y
lo harán más vulnerable a sufrir delirios y caídas, sin olvidar el
elevado riesgo de ulcerarse o de infectarse. Si Rogelio supera la
situación clínica que motivó el ingreso, volverá a casa más débil y más
dependiente.
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