«Necesitamos preguntarnos constantemente, no por qué acertamos, sino por qué nos equivocamos»
Iona Heath
El primer gran estudio sobre seguridad del paciente, publicado hace 25 años1,
ya señalaba que los eventos adversos debidos a error diagnóstico
duplicaban los causados por fármacos. Ha tenido que transcurrir ese
tiempo para que el error diagnóstico deje de ser un «elefante invisible»
en la habitación de la seguridad, tras la consideración de área de
intervención prioritaria por parte de la Organización Mundial de la
salud (OMS), y la publicación en 2015 del informe Mejorando el diagnóstico en la atención2, donde se reconoce «la necesidad de convertir al error diagnóstico en un imperativo moral, profesional y de salud pública», al ser el problema más frecuente y con mayor probabilidad de producir daño en materia de seguridad.
En Estados Unidos se calcula que afecta, al menos, al 5% de los adultos atendidos en medio ambulatorio3,
dato comprensible al ser más frecuente cuando el nivel de incertidumbre
es alto, aparecen manifestaciones atípicas de la enfermedad o existe
comorbilidad, circunstancias comunes en atención primaria (AP).
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