Margaret
McCartney, médico de familia escocesa, en su libro The patient paradox1 cuenta que cada vez acuden más personas al consultorio, no porque
estén enfermas, sino porque tienen miedo de estarlo. La detección precoz del
cáncer y los factores de riesgo de las enfermedades cardiovasculares
ilustrarían la paradoja a la cual se refiere McCartney. El oficio de la
práctica clínica requiere habilidades para diagnosticar, pronosticar y tratar a
personas con problemas de salud, pasos que deberían realizarse bajo los
auspicios de la mejor evidencia disponible y ser llevados a cabo con eficacia y proporcionalidad,
siempre que se quiera conseguir que los pacientes mejoren sus perspectivas y
que estos beneficios sean superiores a los posibles efectos indeseables de la
actuación clínica. Pero la paradoja de la medicina actual aparece cuando, fruto
de las ansias preventivas, las pruebas ponen al descubierto diagnósticos en
fases tan precoces que no se correlacionan con los esquemas pronósticos ni con
los tratamientos disponibles.
El
sobrediagnóstico es el fenómeno que ocurre cuando las personas son
diagnosticadas de enfermedades que nunca les causarían síntomas ni les
acortarían la vida, pero, en cambio, la alarma generada por el hallazgo les
puede ocasionar consecuencias indeseables, tanto en el plano psicológico como en
el social, además de secuelas debidas a tratamientos desproporcionados e
inapropiados2.
Veamos algunos ejemplos, empezando por los cribados de cáncer, que están en el
origen del desarrollo del concepto de sobrediagnóstico3.
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