Como comentaba Fernando Fabiani en Twitter a propósito del último post, buena parte de los médicos que acuden a las “invitaciones “ de los laboratorios farmacéuticos están convencidos de que no les influye en su prescripción participar en este tipo de eventos. Pero, en cambio, si consideran que influye en sus compañeros…Una vez más la boca del embudo es más o menos grande según a quien afecte.
Blanca Usoz enviaba también por Twitter el reciente artículo del
New York Times donde se daba noticia del artículo del grupo de Colette de Jong publicado en el JAMA Internal Medicine.
En él , Mikkael Sekeres , director del programa de leucemia de la Cleveland
Clinic, cuenta la experiencia de su sorprendente suegra, una vitalista mujer que
un buen día empieza a tener problemas en la cadera. Ante la imagen de la
radiografía su médico le recomienda consultar a un cirujano ortopédico, con el
que rápidamente acuerda que la mejor alternativa era colocarle una prótesis.
Pero antes de confirmar el procedimiento el cirujano pone en su conocimiento
los posibles conflictos de interés que tiene:” ahora tengo que decirle que la
prótesis que pienso implantarle ha sido diseñada por mi, y aunque no recibo
royalties por implantarla en usted, quiero que conozca que tengo en ese sentido
un conflicto de interés, y quiero estar seguro de que no tiene usted ninguna
objeción respecto a ello”.
Casi todas las declaraciones de interés que
se hacen ( en artículos,
comentarios, conferencias,…) son negativas. Aparentemente casi nadie
tiene conflictos. Y sin embargo, como señala Sekeres, el ámbito al que
afecta es mucho mayor de lo que suponemos: no solo implica al médico
cuya prescripción determina su asistencia financiada a un
congreso, o a la sociedad científica que de esa forma ve garantizada la
sostenibilidad de su congreso o incluso su propia viabilidad como
organización.
Afecta a aquellos que pueden beneficiarse del uso de las patentes que
inventan, y por supuesto a los que
son designados por cualquier laboratorio farmacéutico para llevar a cabo un
“aséptico y encomiable” ensayo clínico destinado a avanzar en el conocimiento
científico.
Hay otro tipo de conflicto de interés que es invisible, del
que casi nadie habla , pero que afecta a cualquier profesional de
los servicios sanitarios que tienen establecidos sistemas de incentivos. Las
evidencias científicas sobre la efectividad real de estos últimos son cada vez más
sonrojantes ( No solo no reducen en modo alguno la mortalidad de las condiciones incentivadas, sino que además sesgan las intervenciones de los clínicos hacia la realización
de lo que se incentiva,
abandonando las prácticas que no reciben premio). Sin embargo no hay
servicio sanitario que se haya planteado repensar la necesidad,
oportunidad y riesgo de mantener
este tipo de incentivación.
Muy pocos son los clínicos que reconocen que tienen un
conflicto de interés cuando su sueldo depende de lo que su organización le diga
qué tienen que hacer. Ya hablamos en su momento del artículo que Jonathan
Richards publicó en el Britith Journal of General Practice ( "An elephant in the room") en donde reconocía tener conflictos de interés porque" mi salario está ligado a mi desempeño”. Quizá
los pacientes debieran saber que
cuando prescribimos sistemáticamente por principio activo o le indicamos
un medicamento genérico , determinado fármaco para la diabetes o la
hipertensión , lo hacemos porque forma parte de nuestros objetivos.
En ocasiones la forma de evitar las
“malas compañías” de las
empresas farmacéuticas por parte de algunas sociedades científicas ha
sido
aceptar el financiamiento por parte de las administraciones públicas. No
hay muchas
dudas de que el fin de esta últimas puede ser más loable que el de
aquellas.
Pero eso no significa que no pidan algo a cambio de su dinero.En muchas
ocasiones sus objetivos institucionales es muy posible que estén
alienados con nuestro criterio profesional, pero ¿que ocurre cuando no
lo está?
No es fácil encontrar el adecuado punto
de equilibrio entre
la defensa de la mejor opción para el paciente, los intereses de la
empresa para la que
trabajamos y nuestros legítimos intereses económicos. Pero quizá
convendría empezar por reconocer explícitamente ese conflicto. Como le
ocurre a la suegra de Sekeres, en muchas ocasiones basta a menudo eso
para reforzar la confianza del paciente en el profesional que le
atiende.
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