Antes de comenzar esta nota, vaya aquí mi adscripción absoluta a la Medicina Científica Occidental. Es más, podría decir hasta mi devoción. Por ser lo que practico y en lo que creo.
Sin embargo, me da la impresión de que algo se
ha venido averiando en veinticinco años de profesión. Algo que olía mal. Y
ustedes me dicen si también les huele mal.
Parto de la base de que, para mí, la
quintaesencia de lo arriba expresado, hace dos décadas – y ahora -, eran los
artículos de revista de altísimo nivel como The Lancet o New England Journal of
Medicina. Con ellas – y con otras - me formé y me quise hacer una conciencia
crítica. Esos artículos iban ligados a unos nombres de científicos y profesores
célebres a los que uno se quiso parecer en sus sueños de juventud.
La siguiente generación de profesores
desarrollaron su carrera científica con la redacción de artículos ligados con
frecuencia a la emergencia de nuevos medicamentos. En la letra pequeña de esos
artículos, abajo, casi siempre venía el patrocinio de tal o cual compañía
farmacéutica. Estos artículos, frecuentemente ensayos clínicos en fase III,
intentaban ampliar el campo de aplicación del nuevo medicamento en diferentes
contextos, o con nuevos comparadores y, en aquel tiempo, alcanzaban revistas de
segundo nivel, de menor índice de impacto que las arriba mencionadas.
No sorprendía luego que los mismos profesores
o investigadores, poco después de la publicación del ensayo, se embarcaran - o
fueran embarcados - en una amplia gira internacional para la difusión de los
beneficios de la nueva molécula respecto a los tratamientos convencionales.
Lograban así una posición
preeminente en simposios - dentro o fuera de congresos – donde casi siempre
había una nota común: que debajo constaba, en letra pequeña, el patrocinio de
tal o cual compañía farmacéutica.
Pasó el tiempo. Nos encontramos que los
antiguos editores del New England habían dimitido por discrepancias con sus
patrocinadores. Pocos años después, una de ellos, Marcia Angell, publicó un
sonoro ensayo denominado "La Verdad acerca de La Industria Farmacéutica:
Cómo nos Engañan y qué Hacer al Respecto." Luego, nos encontramos que los
ensayos clínicos en fase III que antes rellenaban las revistas de segundo
nivel, empezaron a ser habituales en New England y The Lancet, y algunos
empezamos a pensar si la dimisión de los antiguos editores de New England
habría tenido algo que ver con esto.
Pasó más tiempo, y los gobiernos, las
administraciones e instituciones empezaron a preocuparse por el gasto
farmacéutico. Los médicos empezaron a ser vigilados y presionados. Su práctica
tenía que obedecer a ciertas normas internacionales. Las "Guías de
Práctica Clínica", sancionadas por las Sociedades Científicas
Internacionales más prestigiosas, se hicieron ineludibles e omnipresentes. Y,
firmándolas, allí se encontraban de nuevo. Nombres conocidos. Los viejos
profesores y científicos. Los que habían firmado los artículos. Aquéllos en
cuya letra pequeña figuraba el patrocinio de esta compañía o la otra. Los
mismos. Ahora hacían recomendaciones universales basadas en los artículos que
ellos mismos habían escrito pocos años atrás, con el patrocinio de
multinacionales que les pagaban y les seguirían pagando por la credibilidad, el
prestigio y la venta. Multinacionales que habían pagado para que estos señores
tuvieran un lugar preeminente en todos los congresos y simposios del mundo
mundial. Multinacionales que sostenían a las Sociedades Científicas cuyos órganos
de expresión - las revistas de alto índice de impacto - acogían con
benevolencia un artículo que se beneficiaba del impacto y el prestigio de la
revista.
Es la ciencia médica concebida como negocio
inagotable, y el científico como vendedor (K.O.L. Líder de Opinión), a gran
escala. Más sibilino, si cabe, al no vender una mentira - los trabajos no lo son,
al fin y al cabo -, sino media verdad – un hallazgo de sus propios vendedores,
insuficientemente matizado o valorado críticamente -. Porque, por ello, la
Medicina Científica Occidental no deja de ser verdadera y contrastada.
Simplemente, hemos permitido una deriva interesada, prolongada y particularmente
cara, posiblemente por comodidad y desidia del cuerpo profesional.
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