miércoles, 16 de septiembre de 2015

Dicaf. Obesidad infantil. JAMA.

JAMA. 2015; 314 (8): 850. doi: 10.1001 / jama.2015.6674
Entre los problemas de salud asociados a la obesidad infantil, se incluyen colesterol alto, presión arterial alta, resistencia a la insulina y presencia de diabetes tipo 2, dolor en las articulaciones, asma, apnea del sueño y enfermedad del hígado graso. Se estima que más de las tres cuartas partes de los adolescentes obesos serán obesos en la edad adulta.
Aunque en la mayoría de casos la obesidad es el resultado de un desequilibrio energético entre las calorías asociadas a la ingesta y las consumidas para el mantenimiento de la actividad del individuo, existen algunas condiciones de salud que pueden causar aumento de peso. Estos problemas son poco frecuentes y representan menos del 1% de los casos de obesidad infantil. Entre los problemas de salud asociados a la obesidad infantil, se incluyen colesterol alto, presión arterial alta, resistencia a la insulina y presencia de diabetes tipo 2, dolor en las articulaciones, asma, apnea del sueño y enfermedad del hígado graso. Pero, y especialmente entre los más pequeños, la obesidad no afecta solamente a la salud física sino también la salud mental, presentando unas mayores tasas de percepción de la propia imagen corporal negativa y baja autoestima. Además, los que presentan obesidad infantil son más propensos a ser obesos en la edad adulta con unas estimaciones que traducen esta incidencia en que más de las tres cuartas partes de los adolescentes obesos serán obesos en la edad adulta, lo que coloca a esta población en serios riesgos de problemas de salud a largo plazo como enfermedad cardiovascular, derrames cerebrales, algunos tipos de cáncer y artritis, entre otros.
En 2012, alrededor de un tercio de los niños en los Estados Unidos tenían sobrepeso, y más de la mitad de esos niños eran obesos. Los padres y cuidadores son los que más pueden influir en la prevención de esta problemática fomentando estilos de vida saludables como mantener una dieta sana y actitudes más activas físicamente. Para el fomento de unos buenos hábitos alimenticios es conveniente que los niños, en los hogares, tengan acceso a frutas y verduras frescas y tratar de evitar la compra de leche entera, yogurt y queso, substituyendo estos productos por sus equivalentes bajos en grasa. También es recomendable que los niños tomen agua en lugar de zumos o refrescos, y que se limite los alimentos como patatas fritas, galletas y helados, que pueden ser altos en calorías ya sea por presencia de grasa o de azúcar. Involucrar a los niños en la planificación y preparación de las comidas, y sentarse a comer junto con ellos, se ha demostrado que contribuye a adquirir y fortalecer este tipo de hábitos. Por otro lado, mientras que la Academia Americana de Pediatría recomienda que los menores no pasen más de de 2 horas al día su tiempo libre ante el televisor o cualquier otro tipo de pantallas, existen datos que sitúan en un promedio de 7 horas el tiempo dedicado a este tipo de actividad. Además de reducir la actividad física, ver la televisión puede llevar a un aumento del picoteo entre horas, y expone a los niños al bombardeo de publicidad de alimentos poco saludables. Debe tratarse por todos los medios de reducir el tiempo ante las pantallas y fomentar la actividad física, ya sea buscando oportunidades para que los niños participen en deportes de equipo, grupos de baile o simplemente jugando al aire libre o participando en paseos familiares por el parque varias veces por semana.
Tratar de cambiar demasiadas cosas a la vez puede ser abrumador y frustrante, por lo que los profesionales recomiendan, buscar el compromiso para hacer 1 o 2 pequeños cambios a la vez. Y una vez que los nuevos hábitos formen ya parte de la rutina del niño, dar otro pequeño paso hacia un estilo de vida más saludable. Proporcionar un ambiente de apoyo por parte de los padres y cuidadores puede ser crucial para conseguir los objetivos marcados por lo que puede aportar beneficio celebrar los éxitos conseguidos y debatir cualquier contratiempo que pueda producirse durante el proceso de adaptación al nuevo estilo de vida.

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