martes, 23 de octubre de 2012

VIA BLOG UNA PALABRA TUYA BASTARA PARA SANARME.

Posted: 22 Oct 2012 02:49 PM PDT
Los Centros de Salud son como las chicas. 
- Nos encantas, volveremos a llamarte.
Pero nunca llaman.
(Llo)

Querido compañero:

Si quisiera mandarte esta carta a un destino en concreto no podría, porque no tienes residencia fija, aunque te pasaste cuatro años haciendo la “residencia”.
Cuando te preguntan en algún sitio cuál es tu centro de trabajo titubeas, para decir a continuación que hoy estás aquí, mañana allá y pasado no sabes dónde vas a estar. 

Todo el mundo te dice que eres afortunado, porque al menos tienes trabajo, que qué vas a hacer, que no están las cosas para quejarse. Tú asientes y de tanto que te lo repiten hasta has empezado a creértelo tú mismo.

Vas por ahí, siempre solo, con tu maletín a cuestas. Un maletín lleno de libros que no puedes dejar en tu consulta porque no tienes, con la bata que no puedes dejar en una percha porque no tienes, con las recetas y el sello siempre encima porque no tienes llave de la taquilla ni taquilla alguna.

Surcas las calles con preocupaciones nimias en la cabeza, como dónde dejará la médico a la que sustituyes las mamografías y las citologías, si tendrán fluoresceína en el carro, si habrá lubricante (he descubierto que se moja el dedo con un poco en agua y que entra por el culo que da (hasta) gusto), si irá el ordenador (o si habrá), si irá la impresora...

Te vas preguntando que qué será de ese paciente al que probablemente no vayas a volver a ver... Si le habrás quemado bien la verruga, si le dejará cicatriz la sutura, si efectivamente será hipotiroideo, si lo de haber pensado en una celiaquía era una flipada de sustituto o realmente diste en clavo...

Pasas por el mostrador con la excusa de preguntar dónde están los baños de personal, a ver si te dan un poco de conversación. 

Siempre te pregunta el paciente si la titular de la plaza está enferma, si tiene unos días de vacaciones (hay unos que te dicen que se las merece, otros que siempre está de vacaciones) y tú siempre contestas lo mismo, que tiene unos días... pero no sabes si se le ha muerto el perro o ha pedido un día de mudanza o tiene una apindicitis.

Andas que no sabes por dónde te viene el viento. A veces te invitan a que subas a la salita a tomar un café, pero tú no conoces a nadie, y probablemente no vayas a volver al centro... ¿qué haces? Casi siempre optas por pasar un informe pendiente, hacer unas recetas de crónicos, repasarte la historia de algún paciente.

Con un poco de suerte te toca una enfermera sustituta y lloráis un poco las penas juntos.

No tienes vacaciones, puentes, no cotizas adecuadamente a la Seguridad Social, te hacen pasar la consulta saliente de guardia haciendo valer la triquiñuela y la necesidad. 

Y así día tras día, afrontando la deslocalización del médico de familia. Yendo a donde está el trabajo, sabiendo que dura 2,3,4,5,6,9,12 días (casi) siempre sin pagarte el fin de semana. 
Preguntándote cómo habrás de ir a pasar la consulta a tomar por culo de donde vives. 

¿Lo dejas escapar? ¿Te volverán a llamar si lo haces? Allá que vas, cueste lo que cueste. Comienzas a hacer lo que sea. Te quedas en hostales y pensiones baratas, donde conoces a gente aún más solitaria y más perdida que tú. Comes en garitos de medio pelo, donde compartes tiempo y espacio con hombres mal afeitados porque lo perdieron todo, que miran la tele en silencio mientras comen un menú del día regado con vinacho de mesa con Casera.

Te has convertido sin darte cuenta en el Roberto Bolaño de la Medicina. 

El mundo de trabajar es muy aburrido. Un Centro de Salud es un conjunto de puertas con un espectro detrás de cada una. La vida te ha moldeado en esa condición. Primero la carrera, luego la residencia, después la profesión. Tú solo, con tus historias en la cabeza. 

Nadie hace nunca una broma buena, nunca te descojonas en el trabajo, todo son absurdas formalidades y gilipolleces. Llevar una patética camisa. Oiga usted, mire usted, pase usted, siéntese usted.

Llegas a casa derrotado. Ves cómo se derrumba la sanidad pública delante de tus ojos. Unos días más deprisa, otros más lentamente. Pero tú te ves enfrente del paciente y te ves fuerte, porque sabes que mientras estés tú y tu cabeza se puede hacer Medicina.

Otros días te tiras en la cama según llegas y no levantas cabeza. Te comes unos turulos de york con un plátano y te vas a la cama. Estás tan jodido que un día de éstos te apuntas a un grupo Balint. El alcohólicos anónimos de la Medicina. 

Miras a tu alrededor y de tus compañeros de fatigas (crónicas) quedáis ya pocos siendo verdaderos médicos de familia, y eso que sólo han pasado un par de años desde que acabaste la residencia.

Algo falla cuando hasta las más excelsas vocaciones pasaron de pasar la consulta.

No sabes si por seguir asido al barco eres un héroe o un gelipollas.

Soportas las consecuencias de la dedocracia porque no tienes padrino y porque no eres un lameculos, y en muy escasas ocasiones te beneficias de ella, eso también. 

Piensas para poder seguir que a lo mejor en el momento de llegar a casa algún paciente sintió que habías sido un buen médico para él, que te habías entregado a la causa de ayudarle y en medio del silencio y de la noche se sintió agradecido hacia ti y afortunado de haberse encontrado contigo esa tarde en la consulta. 

A lo mejor es mentira, pero de ilusión también se vive. 

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