El diferencial de inversión entre atención especializada (AES)
y Atención Primaria de Salud (APS) ha ido creciendo con el paso del
tiempo desde el inicio de la reforma en perjuicio de la segunda,
especialmente tras la crisis de 2008.
Desde 2004 el número de médicos y enfermeras ha aumentado casi
el doble en AES respecto a APS. Ello muestra que el mayor gasto en AES
no es solo debido a tecnología.
La crisis institucional y sanitaria derivada de la COVID-19
dista mucho de estar resuelta. La previsión de nuevos brotes, que
podrían prolongarse unos años más, obliga a buscar alternativas.
Volver a la organización anterior a la COVID-19 se antoja poco
efectivo. Conviene reflexionar sobre qué modelo de APS necesitamos.
Al menos tres vectores de cambio parecen imprescindibles: financiación adecuada, rediseño del modelo y cambio de actitud.
La inversión debería abarcar tres ámbitos: inversión en los
recursos humanos, inversión en recursos tecnológicos y adecuación de las
infraestructuras.
Se precisa un cambio sustancial del modelo de atención clínica
que permita mantener la accesibilidad sin mermar o aumentando incluso
las potencialidades de la consulta médica. No se trata de cambiar la
agenda, sino el estilo de práctica profesional.
Para cumplir los atributos básicos de la APS es necesario
ampliar el número y la composición de los equipos. Asimismo, resulta
imprescindible recuperar el control sobre el propio trabajo y su
gestión.
Sería ingenuo pedir un cambio radical del statu quo
actual. Pero sin un cambio de actitud por parte de los profesionales
solo queda esperar la utilización de la APS para tareas subalternas.
Decir no a gran parte de las decisiones impuestas desde
consejerías y ministerio debería ser un deber ético si de verdad se
quieren mantener los valores y atributos de la APS.
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