Los
inhibidores de la bomba de protones (IBP) se encuentran entre los
fármacos más prescritos y utilizados por la población en nuestro
medio, siendo el omeprazol el fármaco más prescrito en Osakidetza.
Se estima que una de cada 10 personas toma un IBP diariamente, cifra
que se encuentra por encima de la de otros países europeos1.
En
general, se considera que los IBP son fármacos seguros, aunque no
están exentos de riesgos; en su utilización a largo plazo se ha
descrito un aumento del riesgo de fracturas osteoporóticas,
infecciones entéricas, neumonía, hipomagnesemia o déficit de
hierro y vitamina B12, entre otros. Es por ello que su uso a largo
plazo sólo se recomienda en poblaciones y circunstancias clínicas
concretas; sin embargo, en Euskadi el 33% de los
mayores
de 65 años y un 5% de la población menor de 65 años tienen
prescrito un IBP de forma crónica. Pero probablemente este consumo
sea aún mayor, si se tiene en cuenta el consumo de IBP sin
prescripción médica.
Ante
estos datos, resulta relevante conocer qué parte de esta elevada
exposición poblacional a los IBP se ajusta a una prescripción
prudente y basada en la evidencia y en qué casos nos deberíamos
plantear una deprescripción de tratamientos. De hecho, disponemos de
estudios, tanto estatales como internacionales, en los que estiman en
un 50-70% los tratamientos inadecuados
en cuanto a la indicación, la dosificación y/o la duración del
tratamiento2-4.
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